viernes, 2 de agosto de 2019

RÉQUIEM POR SARA

Por Teresa González Lozano
     
Mañana, día 3 de agosto, se cumplen dos años de tu ausencia, Sara. No fue una ausencia voluntaria ni pacífica. Tú estabas bien entre los tuyos que te querían y cuidaban. Pero tuviste la mala suerte de que un monstruo se cruzara en tu camino cuando aún eras una tierna criatura, destinada a ir descubriendo el mundo con el suficiente tiempo para irte acomodando a él y elaborar las estrategias que te permitieran navegar los vericuetos de la vida. No contaste con ese tiempo y tuviste que recorrer el camino a toda velocidad, descubriendo, cuando no te correspondía, toda la suciedad que encierra la otra cara de esta vida. Siento que, además, fuera a costa de un dolor inmenso, inapropiado y enteramente injusto. 

Como no podía ser de otra manera, tu caso ha sido juzgado por un tribunal. Ha dictado sentencia y ha impuesto las máximas penas que nuestras leyes, humanas, permiten a unos tribunales humanos que, con toda seguridad, han puesto en ello el corazón para hacerlo con justicia y equidad. Pero también es verdad que son humanos y por ello limitados. Tu muerte, tu martirio es tan inhumano que no hay tribunal sobre la Tierra que pueda equiparar la condena al daño producido. Por eso hemos de confiar en El Tribunal Divino. Nunca más que ahora necesitamos que exista la Justicia Divina para que tú encuentres en ella el amparo y la estabilidad que merecías.

Sara, tenías, en el momento de tu muerte, cuatro años recién cumplidos, el desarrollo propio de tu edad: un lenguaje en plena evolución y una capacidad de raciocinio que se veía crecer a poca atención que se le prestara. Por supuesto que necesitabas tiempo para ir puliendo y adaptando a las exigencias impuestas por la sociedad. Pero no se te permitió ese tiempo y tuviste que madurar a marchas forzadas. Desarrollaste una personalidad valiente y arriesgada; a tu manera, dejabas señales y marcas por donde quiera que ibas y en el momento final, te defendiste de tu agresor como sólo podías: quedándote con la marca de su ADN entre tus tiernas uñas. Dentro de la crónica del juicio, hay un relato que me sorprendió y me da idea de tu nivel de raciocinio e intuición: leí en internet que la mañana del día antes de tu fallecimiento, cuando oíste a tu madre que se preparaba para ir al trabajo, te levantaste, te vestiste y, a toda costa, te querías ir con ella. ¿Intuías, entonces, que no podías quedarte ni un minuto más a solas con el agresor, porque estaba llegando el final? Si fuera así, se necesita un grado de raciocinio fuera de lo común para llegar a esta conclusión, lo triste, en este caso, es que Sara tuvo razón.

Los hechos están consumados. Lo que resta hacer por Sara es levantar un altar en cada una de nuestras cabezas, colocar en él flores frescas de memoria cada día, que nos sirvan para recordar que la infancia necesita ser protegida, con realismo y bajo el paraguas de la verdad y la justicia, primero por los padres, como principales garantes de sus derechos, luego por el resto de la sociedad. Porque los niños son individuos imprescindibles en la supervivencia, en la salud y la prosperidad de una sociedad. Ningún individuo adulto puede considerarse ajeno a la responsabilidad de garantizar el bienestar, la educación y la salud de la infancia. Cuando la vida de un niño se pierde, la pierde la familia en primer término, pero se pierde para la sociedad en general.

La noticia del día 26 de julio del presente, según Europa Press, cuyos datos toma de la ONG “Infancia Save The Childre” y que se puede leer en Internet, es que, en lo que va de año, al menos 17 menores han muerto por causas violentas. Algunas de estas muertes se han producido en el entorno familiar. Es una noticia terrible, casi imposible de tolerar, para una sociedad civilizada y comprometida en la defensa de los Derechos Humanos que nos está indicando la salud mental de la misma y la necesidad de cambiar algunas cosas en relación a la infancia.

La muerte de Sara debe servir para concienciarnos de que, en la vida de los niños, no todo son flores y violas. En este mundo tan permisivo y lleno de bienes materiales, donde los niños crecen, generalmente, dentro de un grado alto de bienestar, amados y respetados, existen niños que soportan grandes sufrimientos físicos y psíquicos que les marca para toda la vida. También debe servir para recordar la obligación de todos de contribuir, según los diferentes grados de responsabilidad, al bienestar de la infancia.


Sobre la tumba de Sara, al igual que sobre la de cada niño fallecido en tan dramáticas circunstancias, las flores perpetuas de nuestro recuerdo y nuestro firme compromiso,

¡¡Sara, en el Cielo, jugando con los Ángeles!!


No hay comentarios:

Publicar un comentario