jueves, 2 de noviembre de 2023

SALVAR AL SOLDADO PUIGDEMONT

A principios de los años 80 del siglo pasado, en plena vorágine terrorista, en el mundillo de la Herri Batasuna del País Vasco se daba mucho la tabarra repitiendo de continuo la palabra Yugoeslavia. En ese momento, tras el fallecimiento del mariscal-dictador Tito, estaba a punto de iniciarse la desintegración de ese país nacido después de la 1ª Guerra Mundial. Los proetarras deseaban que en España ocurriera lo mismo que en el país balcánico

Han pasado más de 40 años desde entonces, y lo que en aquel momento era impensable, es decir, que el “conflicto vasco” se enfriara y gozáramos de una cierta tranquilidad territorial, ha resultado ser una quimera desde que en 2017 apareciera con toda su crudeza el llamado “procès catalán”.

Recordamos aquel referéndum ilegal, tan mal intervenido por el gobierno de la nación. ¿Cómo es posible cometer la enorme torpeza de enviar a las fuerzas de orden público a reprimir a unos pacíficos votantes, muchos de ellos ancianos, acompañados de sus nietos? Si el plebiscito no tenía ninguna cobertura jurídica, qué razón había para destrozar la imagen de la España democrática ante la opinión pública nacional e internacional.

Después vinieron muchos acontecimientos en cascada: la efímera Declaración Unilateral de Independencia (DUI), la huida del “héroe de Waterloo”, el arresto de los “ministros indepes”, el 155, el juicio en el Supremo, el caos en las calles de Cataluña, etc., etc. 

Han pasado seis años desde entonces y volvemos a la casilla de salida. Después de las elecciones del 23J, el “President legitim” resurge de sus cenizas. Hasta el día anterior era un personaje irrelevante con sus huecos discursos en el Europarlamento. Pero con los endiablados resultados electorales se ha convertido de la noche a la mañana en un actor imprescindible. Solo tiene un problema: se trata de un huido de la justicia que no puede volver a España sin ser arrestado inmediatamente por la policía.

Pero a grandes problemas mayores soluciones. Necesitamos sí o sí los escuetos siete escaños que avalan a este individuo para componer una mayoría de “gobierno progresista”. Aunque cabe preguntarse, ¿cómo puede ser progresista un gobierno que va a depender (todos los días y a todas las horas) de un partido como Junts, que representa a la clase más acomodada, insolidaria y nacionalista de Cataluña? 

Mucho se habla últimamente del precio a pagar por tamaña generosidad de votos: una norma que permita el borrón y cuenta nueva para la situación penal de los “procèsados”. Si para ello tenemos que “legislar a la carta”, hagámoslo. El fin justifica los medios: “es la política, estúpido”, parafraseando a aquel brillante ministro. O como diría Groucho Marx: “estos son mis principios, si no les gustan, tengo otros”. 

Así pues, salvemos al soldado Puigdemont. Evitemos que la policía le lleve detenido ante el juez para responder de sus actos como ya hicieron sus compinches. En su lugar, permitamos que llegue libremente a Barcelona, se asome al balcón del Palacio de la Generalitat y, ante un público entusiasmado, grite como hizo en octubre de 1977 el también exiliado Tarradellas: “Ciutadans de Catalunya, ja sòc aquí”. 

No nos engañemos. Recordemos el microrrelato de Monterroso: “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Atentos.

Angel Santos

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