CONfinados
Me he despertado en medio de un sueño terrible.
Volvía de vacaciones con mi familia, veníamos cantando, pero de repente cerraban las fronteras y no nos dejaban volver a casa. Lo cual para nosotros era una auténtica tragedia.
He respirado de mi ansiedad al abrir los ojos y saber que estaba en mi habitación. He tardado unos segundos en regresar a la cruda realidad. Está lloviendo y no puedo salir, pero no por la lluvia, sino por el enemigo invisible. Me duele la cabeza y me he tocado la frente. Me da miedo volver a tomarme la temperatura. Estoy como resacoso, pero ¿de qué?
Ah sí, recuerdo cuando ayer mi hijo Mario (de cuatro años) vino llorando:
-Papá, me ha pegado el tato (de casi seis años).
-Nico, ¿por qué le has pegado a tu hermano pequeño? -le dije.
-Me ha roto mi soldado de juguete, papá -me contestó.
Y siguieron discutiendo y cuando dejaron de hacerlo dijeron los dos: Papá, me aburro.
No me quedó más remedio que jugar a los indios con ellos. Yo hacía de Jerónimo y ellos de pistoleros. Me mataron varias veces y en una de ellas caí mal, ¡ay mi espalda! Mis hijos se lo pasaron como los indios, yo no estoy tan seguro. No tenemos un patio para que puedan disfrutar del aire libre, pobrecillos.
Después los niños dijeron que querían ir a la casa de la abuela y les respondí que no, que la abuela estaba muy ocupada… haciendo ejercicios espirituales. Lo dije sin pensar, pero creo que no me equivoqué, porque conociendo a mi madre lo religiosa que es… Después le dejé el móvil al mayor y le avisé: Ten cuidado, no me le caigas al suelo.
Ayer le comenté a Azucena (mi pareja) que quería salir yo a comprar, que estaba cansado del teletrabajo. Me preparó la lista de la compra. Me coloqué la mascarilla y llegué a la cola. Saludé, pero no me respondieron con mucho entusiasmo. Guardé la distancia de seguridad.
Cuando llegó mi turno, me coloqué los guantes de plástico. Me aprovisioné bien de todo hasta que llegué a la fruta. Intenté abrir una bolsa para meter las manzanas pero no atinaba a abrirla. Pensé en quitarme los guantes por un momento. Vi que me miraba una dependienta y tomé otra decisión: Ni peras, ni manzanas, ni mandarinas, esta semana nos vamos a hartar de plátanos (cogí un racimo grande de 12 piezas), un calabacín que parecía una calabaza y un pedazo de melón que, aunque estuviese caro, creo nos merecemos de vez en cuando comer como ricos. En fin salí de allí muy cargado y lo notaron mis riñones.
Encima, después discutí con Azucena. Suavicé la conversación porque comprendí que los nervios estaban a flor de piel. Los niños no tienen apetito y nos repartimos la tarea con cada uno de ellos. Azucena tampoco tiene hambre, aunque parece que está engordando. Ella me dice que estoy más delgado y eso que soy el que más come de la familia, debe de ser a causa de mi ansiedad.
Ayer, después de hablar un buen rato por teléfono con mi madre, me dolían hasta los ojos. Es que menuda brasa me pegó. Me estoy volviendo hipocondriaco porque ¿si me ataca el virus y tengo que estar en cuarentena total en una habitación?, ¿y si le entra a Azucena? Miedo me da que les pase algo a los niños, ¿y a mi madre? Ésta sí que corre un enorme peligro. Menos mal que siempre le digo que no le va a pasar nada y que se esté en su casa quietecita.
Creo que mi temperatura anímica no se encuentra donde debía, al menos por momentos porque cuando salgo a aplaudir a las ocho de la tarde destapo toda mi energía. Soy Repsol e Iberdrola unidos. En ese instante estoy seguro de que resistiré. Después más relajado, con mis vecinos, cada uno desde su balcón, compartimos nuestros temores, nos acordamos de los que lo están pasando peor, hacemos un pequeño balance de cómo marcha la guerra contra la pandemia, nos sinceramos de nuestras preocupaciones y eso nos viene bien, aunque sólo puedo hablar por mí.
En fin, antes de que se levanten Azucena y los niños voy a recoger los juguetes y voy a colocar los platos y cubiertos del lavavajillas en su sitio. Me he dado cuenta de que esta actividad matinal me tranquiliza bastante.
***
Este pequeño relato es una historia de ficción basada en hechos reales. Cada uno de nosotros tenemos una guerrilla que batallar. Debemos intentar no perder el ánimo y si éste decae, recuperarlo cuanto antes. Una poderosa arma que podemos utilizar es dar importancia a lo que las circunstancias nos permiten hacer: sea entretenernos, cuidarnos, cuidar o ayudar. Intentemos hacerlo con ganas, seguro que nos ayudará a llevarlo mucho mejor.
¡Mucha energía positiva para todos y todas!
Víctor Manuel Sanz Arranz.
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