martes, 7 de abril de 2020

CAMBIO DE PERSONALIDAD

Nací en junio. Soy géminis. Es el signo zodiacal de la dualidad, de la inquietud, de la mutación. Los géminis tenemos muchas personalidades: estamos cambiando de opinión, de sentir, de comportamiento y de forma de ser constantemente. Despistamos porque nosotros mismos vivimos despistados. Yo soy una y he sido muchas, a lo largo de mi vida.

Dada la situación que vivimos de miedo y de aislamiento, esta cuestión se me ha agudizado, llegando a ansiar cambiar, no sólo de tiempo o de lugar, país o personalidad, sino de naturaleza. Ser, no otra persona, sino otra cosa. Después de pensar detenidamente, me debato entre ser bolsa de la compra o perro. Hilando más fino, descarto ser bolsa porque, a pesar de que, hoy, ha pasado a tener un papel importante en la casa, por otro lado, padece sus horas más bajas en su rutina diaria: se la abandona cargada en el pasillo y cuando la siguiente mano la recoge, lo hace con prevención, la mete en casa con una precaución inusitada, como si se tratara de un posible delincuente a quien se le suponen malas intenciones y, una vez dentro, se la somete a una desinfección drástica para tirarla después en el rincón más apartado de la cocina,  de alguna manera, se la señala como culpable. Así, me decido por ser perro.

Me preguntaréis por qué perro, es por lo siguiente: La naturaleza perruna lleva un tiempo en alza total y la tendencia no tiene visos de bajar. No hay familia que se precie, en España, que no ansíe con fuerza poseer un bien tan general. Un perro en casa lo cura casi todo. Por tanto, el animal, ha pasado a ocupar un lugar preeminente dentro de la familia, por encima del abuelito y, a veces, por encima de los niños y  cuando se plantea la tesitura de elegir, entre la pareja o el perro, en la mayoría de los casos, nos decantamos por el perro; da menos guerra y da un cariño ciego, fiel, perruno.

Pero, con ser buena razón, no es ese el motivo determinante de mi elección. Lo que me mola es su situación en  el encierro que padecemos. Él es el único de la familia que puede salir a la calle sin ser parado por la policía y preguntado adónde va y si tiene salvoconducto. No me extraña que los miembros de la casa se lo rifen en estos días, lo que no pasa en condiciones normales y, hoy, ha pasado a ser el dueño absoluto de las calles: pasear con tranquilidad, hacer sus necesidades, mayores y menores sin ser vigilado por ojos fiscalizadores que miran de través cuando está ejerciendo su naturaleza canina. Orinar en las esquinas, en los troncos de los árboles, en las papeleras o donde se le ocurra y hacer sus necesidades mayores en mitad de la acera o en el recinto acotado del parque infantil. ¿Existe libertad mayor que levantar la patita y soltar todas nuestras inmundicias sin traba ninguna? Incluso para su acompañante, que, si tiene una conciencia un poquitín despistante, puede hacerse el tonto, con mayor tranquilidad, a la hora de recoger el resultado, ya que no es fácil encontrar en la calle a algún objetor de conciencia que pueda darle la lata, echándole en cara su descuido.

Para no precipitarme, vuelvo sobre el tema y miro por el revés de la moneda. Me digo:

- Sí, pero el perro anda a cuatro patas, todo el día con el hocico barriendo el suelo.

- Sí, pero es un híbrido entre perro y otra cosa, un hupemarroide, diría yo: come comida de diseño y en plato, como los humanos. 

- Lo normal es que pase por el veterinario para que lo castre.

- No conoce el sabor de una presa fresca, montaraz, primigenia, ganada en competencia leal con otros congéneres. No sabe cazar, ni corretear, curioso, tras los gatos. 

- De perderse por el campo en busca de posibles novias que le hagan pasar una noche inolvidable, ¡olvídate, tú! 

- Y, por si fuera poco, siempre sale con la correa al cuello.

Pues bien, a pesar de todo esto, me decido por el cambio  y… es que me deslumbran tanto las pequeñas certezas…

¡Da tanta pereza salir de la zona de confort!
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Amigos y vecinos, no me olvido de la situación que sufrimos, ni siquiera la que nos amenaza para después y que será probablemente dura.  Ahora, con este relato tan descabellado, quisiera contribuir a poner una sonrisa en tanta preocupación,  a vosotros os toca juzgar si lo conseguí. 

Que pase pronto esta pesadilla, que la enfermedad pase de largo y que nosotros seamos más generosos cada día.

Barcelona, 30 de marzo de 2020
Teresa González Lozano

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