lunes, 15 de julio de 2024

UN SIGLO DE VIDA

ISABEL CALVO MOREJÓN (1924-2024)

Nací en Pedrajas de San Esteban, el día 8 de julio de 1924. De aquí eran también mis padres, Evaristo Calvo Herrero y Justa Morejón Diez. Él trabajaba en las tareas del campo, como obrero. Ella se dedicaba a las labores de la casa. Hemos sido ocho hermanos, yo la más pequeña de todos y la única que todavía vive. Se llamaban María, Félix, Mariano, Aurelio, Damián, Miguel y Lucía.  María, la mayor, yo nos llevábamos veinte años. Vivíamos en una casa pequeña que estaba situada en el cruce de la calle de la Era con la calle de Las Pozas.

Fui a la escuela siempre con doña Rosario. Era una maestra muy maja, que nos quería y nos enseñaba… y nosotros la dábamos algo de guerra. En la escuela aprendíamos un poco de costura. De chica, jugábamos en la calle, al escondelite, a las parrancas, a los alfileres, a las tabas o a la chirumba, golpeando con una paleta una pieza de madera que hacíamos saltar en el aire.

Luego no seguí estudiando, dejé la escuela y me puse a trabajar en las tierras como obrera, a ganar de comer, sembrando patatas y remolacha, escardando y quitando hierbas. Trabajé mucho para don Hilario, en una finca que tenía que llamaban La Dehesa. Nunca fui a arrancar garrobas o garbanzos. Espigar sí, a lo mejor iba y me cogía una morralilla de espigas, las traía a casa, las ponía al sol en el corral para que se secaran bien y estando bien calientes, las machacaba con unos mazos de madera para que soltasen el grano, que después echábamos a las gallinas para que lo comieran. Alguna vez salíamos al campo a por ajunjeras, que se comían crudas, bien tiernas, como ensalada, con aceite, vinagre y sal.

De mis amigas recuerdo a Escolástica Sanz, Sabina Pérez y María Merino, hija del señor Lorenzo, el Cañero, que murió siendo muy joven. Cuando tuvimos edad para ello, empezamos a ir al baile al salón de la tía Isidra, en la calle Real Nueva, con música de pianillo. Llevaba una vara debajo del mandil y no nos dejaba entrar cuando éramos más pequeñas.

En 1952 me casé en Valladolid con Fortunato Saturnino González González (Nino), un año mayor que yo. Antes había estado casado con Julia Sanz Andrés y se había quedado viudo. Nino era conocido en el pueblo como Tarrita, pero no sé por qué razón. Pertenecía a la familia de los Bartolos, con fama de graciosos. De joven trabajó en el secadero de achicoria de los Momoitio, situado cerca de las eras. 

Ya de casados, teníamos un huerto y en él nos dedicábamos a sembrar la hortaliza −cebollas, patatas, pimientos, tomates− que yo salía a vender por las calles de pueblo, con un cajón, un carrucho y una romana de pesar. Después compramos vacas de leche, que Nino ordeñaba a mano. Vendíamos la leche en casa, en la calle Hospital, donde hemos vivido. De vez en cuando criábamos un choto, que luego, ya de torete, vendíamos a la Eloísa, la de Capilla, para despacharlo en su carnicería. Una vez padecimos las fiebres de Malta los que trabajábamos con las vacas: Nino, Alfonso y yo.

Tuvimos también cuatro tierras y un cacho de majuelo en la ladera del monte, que vendimiábamos en familia, lo justo para comer unas uvas y hacer algo de vino. Para la labranza nos servíamos de una pareja de machos y un carro.

Llega el momento de hablar de los hijos. La primera fue una chica, Macarena. Luego, cuatro chicos: Alfonso, Saturnino, Mariano y José. Tengo siete nietos, llamados José Pablo, Gustavo, Noelia, Yésica, Daniel, Patricia y Lucas. También seis bisnietos: Michelle, Niko, Laia, Hugo, Triana y Carmen.

De joven no tenía ninguna afición en especial, era muy sosa. Recuerdo cuando vinieron a Pedrajas las mujeres de la Sección Femenina y nos enseñaron a tejer alfombras con hojas de maíz y a curtir las pieles de los conejos, entre otras cosas.

Pero ya de mayor he hecho mucho punto y mucho ganchillo. A cada uno de mis siete nietos les he regalado una manta de ganchillo tejida por mí. Fui al Aula de Cultura, donde pintaba figuras, huchas, un nacimiento, etc. Me gustaba hacer sopas de letras, hasta que empezó a fallar la vista y tuve que dejarlo. Los domingos por la tarde, en la calle, jugaba a las cartas con las vecinas del barrio.

En noviembre de 1989 murió Nino, mi marido. Hace ahora diez años, decidí entrar en la residencia Hogar Betania, aquí en Pedrajas, donde estoy contenta. Durante ocho meses, compartí habitación con mi hermana Lucía, algo que no hicimos de pequeñas porque ella se crio con una hermana de mi padre llamada Eustoquia y su marido, Cecilio Herrero, que tenían una taberna al lado del Ayuntamiento, donde luego estuvo el bar Correos.

Aunque me ha fallado la vista, he gozado de buena salud hasta hace poco tiempo, que he estado ingresada en el hospital de Medina una semana. De la cabeza, como se suele decir, me encuentro muy bien para la edad que tengo. Y hoy doy gracias a Dios por haber llegado a cumplir los cien años de vida.

IMÁGENES DE UNA VIDA

Mi madre, Justa Morejón Diez

Mi padre, Evaristo Calvo Herrero

De joven, el día de Sacedón

La foto de la boda

Nino, vestido de balilla

En la mili
De más mayor

Nino, Macarena y Alfonso, en la Plaza

La familia, en la primera comunión de Mariano y Jose

Mariano y Jose felicitando a su padre

Jose, recuerdo escolar

Jose y Mariano

En 1995, a la puerta de la iglesia, con 71 años

En el Manhattan, esperando a ser servida

Con mis bisnietos

Unos días antes de cumplir los 100 años













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