El campo −las tierras cultivadas y perdidas, los prados, las riberas de caces, arroyos y ríos, los montes y pinares− están poblados de numerosas plantas silvestres, cuyos nombres vulgares van cayendo en el olvido para las nuevas generaciones: ceñiglo, verdolaga, grama, abrojo, cardo borriquero… Antes se conocían bien porque en los cultivos son consideradas malas hierbas y había que arrancarlas con las manos o con los escardillos.
Saliendo hace unos días de paseo por un camino abierto entre huertas de regadío, me sorprendió, cerca del pueblo, ver una tierra perdida, llena de unas plantas rastreras coronadas de florecillas de color amarillo: eran abrojos. Enseguida me vino a la cabeza el peligro que supondrán para nuestras bicicletas dentro de poco tiempo, cuando sus frutos, esas pequeñas bolitas con pinchos, endurezcan, y lleguen a los caminos, carreteras y calles.
En época romana se utilizaba la expresión aperi oculos (abre los ojos) para llamar la atención de la gente queriendo decir ten cuidado, que estas bolitas se clavan, hacen daño, sobre todo a la gente que no tenía más remedio que caminar con los pies desnudos por carecer de calzado. El aperi oculos latino dio lugar al abre ojos del castellano que finalmente se abrevió en abrojos. En algunos pueblos, como Sanchonuño, en vez de abrojos dicen alborjos, una palabra que eligieron para dar nombre al grupo de dulzaineros fundado en el pueblo: Los Alborjos.
En Pedrajas los abrojos reciben el nombre de pesetas, sin que conozcamos la razón. No creemos que tenga que ver con la antigua unidad monetaria. O sí, porque curiosamente, en Vallelado y otros pueblos, a los abrojos les llaman duros.
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