El pasado sábado, 14 de enero, la asociación de jubilados Río Eresma homenajeó a los socios de mayor edad, la señora Victoria Fernández Ruano y el señor Félix Herrero Romo. En el acto del homenaje se leyó una breve biografía de ambos y se proyectaron algunas fotografías antiguas de sus vidas. Publicamos hoy las de Victoria.
VICTORIA FERNÁNDEZ RUANO
Homenaje de la asociación de jubilados Río Eresma
Pedrajas, 14 de enero de 2023
Nací el día 23 de diciembre de 1928 en Gomezserracín, un pueblo de la provincia de Segovia situado en la comarca del Carracillo. Mi padre se llamaba Mariano Fernández Yusta. Nació en San Boal y se vino a vivir a Gomezserracín al casarse con mi madre. Se dedicaba a la labranza, con dos vaquillas para arar. Cultivaba cebada, centeno y algarrobas, pues las tierras eran muy livianas, muy arenosas. También tenían ovejas en casa.
El nombre de mi madre era Buenaventura. Murió cuando tenía yo cinco años, a los quince días de haber dado a luz dos niños mellizos: uno murió y del otro no sabemos, pensamos que fue dado en adopción. Tuve otros cuatro hermanos: Urbano, al que todos conocíamos como Petaca; Flores, Ambrosio y Faustina, casada aquí en Pedrajas, con Uve Garzón.
Recuerdo que en Gomezserracín me quedaba algunas veces en casa de mi madrina, que me enseñó a coser. Siendo muy joven pasé nueve años sirviendo en Segovia. Hacia el año 1949 mi padre compró unas tierras a Fortún en el término de Aguasal, cerca de Ordoño, del otro lado del río Eresma, nada más subir la cuesta del puente de Vadalba. Al principio vinimos un verano, a cultivar un poco la tierra para poder sembrarla toda al año siguiente. Como todavía no estaba construida la casa, hicimos una cabaña con ramera, de manera temporal. Luego dejamos Gomezserracín y nos vinimos a vivir junto a esas tierras, que sembrábamos de cereal.
Así empezamos a tener relación con Pedrajas, por ser el pueblo más cercano al puente, como nosotros llamábamos a nuestra finca. Y en Pedrajas conocí a Maíto, con el que me casé el día 4 de noviembre de 1955. Su nombre era Germán, pero todo el mundo lo llamaba Maíto, porque dicen que se parecía mucho a un primo de Coca así llamado. Una vez vino un forastero buscando a mi marido, recorrió todo el barrio de Corea preguntando por Germán y nadie supo decirle quién era. Nuestra boda se celebró en la iglesia de Pedrajas y la comida en ca mi suegra, la señora Felicitas, que vivía en la carretera de Alcazarén, al lado de la casa de Emiliano Rincón. Luego nacieron los hijos: primero Mario, luego Javi y finalmente José Luis, al que todo el mundo llama Popi, un apodo que le pusieron los nietos de tío Peré.
Mi suegro, que también se llamaba Germán Herrero, se dedicaba a las piñas y al piñón. A los 39 años enfermó y murió, dejando a su mujer con cinco hijos a los que sacar adelante. Para ello contó con un majuelo muy grande, rodeado de árboles, situado al pie de la ladera del monte, en frente del cementerio. Además de las uvas, muy buenas, daba perillos, melocotones y almendrucos. Había también un moral enorme, un tilo y un acerolo.
Como me casé con un piñero me tocó acompañarle a muchos pinares cuando iba a bajar las piñas, como los de Tudela, Pollos y Moñivas. Casi siempre vivíamos en caseríos. Yo era la encargada de fregar los cacharros y comprar la comida para toda la cuadrilla. En el verano, tendíamos las piñas en la era de don Pepe Bocos, junto a la carretera de Alcazarén, y yo era una más a la hora de sacar los suelos y barrer la era. Después había que mondar el piñón. Esta tía era capaz de coger sacos de 50 kilos para echar los piñones que se iban a mondar en la mesa de las mondadoras. Al morir su madre, Maíto se quedó con el majuelo y yo salía por el pueblo a vender uvas y perillos, al principio con un carrucho, luego ya con la bici, llevando la fruta en una cesta.
Hace seis años que me quedé viuda. Ahora, con 94 años a mis espaldas, estoy como una rosa, sí, una rosa ya con las hojas lacias, con muchos achaques cada dos por tres. A cuidarme viene a casa todos los días una chica llamada Paula, con la que estoy muy contenta. También me atienden Mario y Popi, mis hijos.
En el buen tiempo, me sigue gustando mucho sentarme en una silla a la puerta de casa para que me dé el aire, viendo pasar a la gente y hablando con ella. Soy la policía del barrio. A sentarse conmigo, a la puerta, han venido siempre algunas de las vecinas: María la Zapatera, Rosario la viuda, Carmen la de Yusta y Vítora la Chinchilla. La pena es que poco a poco han ido diciéndonos adiós para siempre. Solo quedan Vítora y su marido Faustino, muy mayores, como yo.
Esta ha sido un poco mi vida, podría contar muchas cosas más. Gracias a la Asociación de Jubilados por este homenaje y a todos vosotros, familiares, amigos y vecinos por acompañarnos.
SU VIDA EN IMÁGENES
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