jueves, 11 de junio de 2020

LA VIOLENCIA EN TIEMPOS DE COVID19

El día 25 del pasado mes de mayo, los Medios de Comunicación, con su capacidad de sorprendernos, nos proporcionaron, en directo, la muerte de un hombre negro cuando estaba detenido y maniatado por cuatro policías estadounidenses. La causa de su detención: haber querido pagar con un billete de 20 euros, presuntamente falso, la compra en un supermercado.

La imagen era explícita: El detenido estaba en el suelo, con la cabeza entre las piernas de uno de los policías que apretaba con sus rodillas a la víctima contra el asfalto. La noticia dice que permaneció en esta posición más de siete minutos y aunque en los primeros momentos este pedía auxilio, no recibió ayuda alguna, por el contrario, el policía siguió apretando hasta que llegó una ambulancia y se llevaron al detenido, ya inconsciente, al hospital donde certificaron su muerte. El vídeo fue tomado por transeúntes que en algunos casos se manifestaron en contra de la acción de la policía, sin que esta hiciera el menor caso.

La autopsia oficial no da muestras de que George Floyd, nombre del fallecido, muriera de asfixia, sino que "pudo ser a causa de sus enfermedades previas". Enfermedad coronaria, hipertensión, etc. Fuere la que fuere la causa última del fallecimiento, las imágenes muestran una crueldad inaudita y premeditada, ya que los tres policías restantes se muestran impasibles ante el hecho, como esperando que pase algo. Era un detenido que estaba reducido por cuatro policías, en una actitud de indefensión total y allí mismo perdió la vida.

 No es la primera vez que es noticia la muerte de personas de color a manos de la policía en una detención, sin que medie la justicia. Lo que nos hace pensar que esos policías pueden matar por el simple hecho de caer en  sus manos, no temen un castigo disuasorio de las esferas superiores del poder.
El hecho ha desencadenado en el país una escalada de protestas, algunas violentas, a las cuales el presidente de Estados Unidos ha respondido con la amenaza de tomar represalias contra los manifestantes, a los que ha tachado de terroristas.

Me pregunto: ¿Es rentable para un país desencadenar un conflicto social  semejante? Sin entender de política, se me antoja que con una actitud de justicia y de castigo ejemplar a los culpables, más la promesa firmísima de que no se van a consentir actos semejantes quizá fuera suficiente para calmar los ánimos, en lugar de eso, por parte de los mandatarios, se reciben amenazas. ¡Qué locura!

¿Podemos la gente que nos llamamos civilizada, ajena al conflicto, soportar una crueldad semejante? ¿Tolerar la vista del hecho sin tomar partido? Creo que no. Y la respuesta, tanto dentro de los Estados Unidos como en el resto del mundo, no se ha hecho esperar, en forma de manifestaciones multitudinarias en las distintas ciudades del mundo que, después de diez días, aún continúan.

La vista de esta muerte me ha llenado de angustia y ha provocado que recordara todas las imágenes que nos han proporcionado otros racismos, como el holocausto nazi, las matanzas de Bosnia o el exterminio de tutsis a manos de los hutus en Ruanda.

Al hilo, recuerdo mis primeros años en Barcelona. Eran los primeros años 70 del siglo pasado. Yo, ya no tan joven, tendría treinta tres o treinta cuatro años, asistía a la universidad, en turno de tarde, después de cumplir mi jornada de trabajo como maestra. En ese momento, entre la juventud cundía el hambre de formarse intelectualmente y las clases eran masivas.

 En plena clase comenzaban a sonar las sirenas de los coches policiales, a lo largo de la Diagonal, un día sí y otro también, sin previo aviso, irrumpía en la clase un batallón de policías equipados como para una guerra, eran los temidos "Grises", y a la voz "DESALOJEN" comenzaba el baile. Los policías, porra en mano, daban sin mirar a quién ni dónde mientras íbamos saliendo. No sabíamos por qué ni qué iban buscando, pero el miedo estaba instalado allí. Unos años después cuando se produjo el cambio político, a los mismos policías no se los ocurría sembrar ese miedo. Supongo que las órdenes superiores eran otras.

No hay peor terrorismo que el que se ejerce desde el poder, ahí sí que estás pillado. Conocí a compañeros que habían caído en manos de la policía y habían recibido torturas hasta saltarles los dientes y otros a quienes les quedaron secuelas de por vida. No sé de lo que eran culpables pero a todas luces el castigo era intolerable. Yo entonces, como todos, era del Régimen. Fueron esas cosas las que me hicieron ver que quizá valiera la pena repensarse la historia. 

Volviendo a la muerte de George Floyd, un hecho de racismo crudo y duro, debemos estar alerta sobre esta lacra llamada racismo, que nos puede asaltar a cualquiera y de distintas maneras, ya que es un cáncer que suele disfrazarse de muy varias maneras. No creamos que es tan ajeno a nuestro entorno, en pequeñas dosis y en actos individuales, pero también colectivamente. El hecho más clamoroso y aún reciente es el caso de nuestra paisanita Sara, en agosto se cumplirán tres años de su cruelísima muerte a manos de una persona que se movía entre nosotros (habrá estado en el pueblo disfrutando de las fiestas o tomándose una cerveza en más de una ocasión). Aunque fueran otras las razones, en el juicio afloró, como móvil de la muerte, que "sentía odio hacia los rumanos".

Por mucha civilización que creamos que hemos adquirido, el sentimiento racista está ahí y hemos de vigilar para que no se aloje en nuestra estructura mental. Siempre habrá diferentes a quienes discriminar, puede ser el color de la piel, la religión o la idea política; en el supuesto de que esos motivos se acabaran, quedarían los bajitos o los altos o los listos o los torpes o los capaces o los incapaces, casi siempre, son los pobres. ¿Por qué se llega a ese odio? Nuestro ilustre paisano Reyes Mate, hablando del holocausto, tema que tiene muy estudiado, decía que en la estructura mental del torturador se instala la idea de que esa persona ya no es persona, un ser racional. El xenófobo apea a la víctima de su condición de semejante, para degradarlo a la condición de alimaña y así es fácil eliminarlo.

Condenar todo tipo de violencia, sea verbal, física, ¡ojo! por indiferencia y olvido premeditados. Venga del Estado, de colectivos sociales o de individuos. Sea contra raza, contra género o contra estado social. 

Me gustaría poder llegar a los políticos que en estos días debaten en las Instituciones del Estado para pedirles que analicen y pongan luz sobre asuntos de tanta importancia para la vida de los ciudadanos desde una postura constructiva y de colaboración, dejando atrás las actitudes violentas de insulto y crispación, que no contribuye para nada a sosegar el estado de angustia e incertidumbre en que vivimos los ciudadanos, dentro de la pandemia que nos asola. 

Barcelona, 8 de junio de 2020
Teresa González Lozano

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