martes, 8 de agosto de 2017

CARTA ABIERTA A DAVINIA

Estimada Davinia:

La más firme repulsa ante la brutal violencia, con resultados de muerte, ejercida sobre tu hija Sara, cuando contaba tan solo cuatro años de edad.

Todos los que te conocemos estamos consternados ante estos terribles hechos, por lo que no puedes esperar de tus vecinos que estén a tu lado en tan dramática situación, ya que, de forma activa o de forma pasiva (esto lo tendrán que determinar los jueces) se te acusa de haber tenido parte en su muerte.

En este caso has transgredido las leyes más elementales de la Naturaleza. Tus hijas esperaban de ti protección, amparo, cuidados materiales y mimos, el calor de tus brazos y el roce gratificante de tus besos.

Si toda violencia nos produce rechazo, cuando se trata de niños, desata nuestros resortes de contención en la búsqueda de una explicación razonada de los hechos, por tratarse de individuos absolutamente indefensos ante el adulto, del que dependen física, moral y jurídicamente. La infancia es objeto prioritario de protección desde todos los ámbitos de la sociedad, tanto por las leyes como por nuestros instintos primarios.

Pero es que, además, son nuestro legado, lo más tangible y preciado que, como adultos, aportamos a la sociedad y que garantizará la continuidad de sí misma. La infancia es para la colectividad lo que son los arroyos de aguas cristalinas y frescas que bajan de las nieves: nutren y hacen posible que el río fluya y se engrandezca para que pueda desempeñar sus múltiples funciones a lo largo de todo su recorrido. Por esto, cada niño no pertenece sólo a su familia, también pertenece a la sociedad. Así, es de justicia todo empeño de protección y ayuda material a la infancia y a las familias por parte de los gobiernos.

La muerte por malos tratos de una niña de cuatro años dentro de nuestro entorno, conmociona a todo el pueblo y nos pone ante la evidencia de que este tipo de hechos también conviven con nosotros y nos los cruzamos por las calles, con la miopía suficiente para no ver o no querer ver.

Davinia, reitero que los hechos no tienen justificación posible y ahora no podemos hacer más que dolernos de tu hija y en cierta manera de ti, que te hemos visto nacer y crecer a la sombra de una familia y a la sombra de cada vecino y de las instituciones del pueblo:

Fuiste bautizada, tomaste la primera comunión, quizá recibiste la confirmación. Has asistido a la escuela y recibido los apoyos educativos y psicopedagógicos de los que se disponía en esos momentos. Has tenido amigos, en mayor o menor medida. Elegiste una profesión, ser militar; en aquel tiempo, fueron muchos los jóvenes que vieron en el ejército una salida profesional digna. Decidiste ser madre y, hasta donde yo sé, criaste a tu hija, sin pareja, con la ayuda de tu familia, como muchas otras mujeres jóvenes de hoy. Es decir, pasaste por todos los procesos de un individuo que va haciéndose adulto entre nosotros.

Pero naciste marcada por una serie de circunstancias, que te hicieron ser niña de necesidades educativas especiales, no catalogadas como graves, pero dignas de ser tratadas. En tu caso, como un destino oculto que no ha podido ser torcido, a pesar de la caterva de instituciones y servicios por los que has pasado, que tenían como principal objetivo corregir o paliar, en niños como tú, esas deficiencias.

Por entonces, yo era orientadora del equipo psicopedagógico del sector 9, al que pertenecía Pedrajas. No te traté porque tu colegio contaba con una orientadora, psicopedagoga, con las mismas funciones que hacíamos los miembros del Equipo, y sólo interveníamos a petición del colegio y en casos que requerían atención específica. No parecía ser ese tu caso y, aunque un familiar tuyo, reiteradas veces me pidió ayuda, mi intervención quedó en hablar con mi compañera. Hoy reconozco que podría haber hecho algo más.
Todos los medios por los que habéis pasado tú y tu hija: iglesia, escuela, ejército, policía, servicios sanitarios y sociales, etc., no hemos sido capaces de girar el rumbo de vuestra cruel historia. Tu caso ha estado cubierto por el velo de una relativa normalidad, de ningún modo justificable. Tengo la sensación de que todos hemos llegado un pasito tarde, hemos estado muy ocupados y cada uno de los profesionales, cuando nos ha tocado actuar, no hemos sabido ver la gravedad de vuestro caso. No quisiera que estas palabras se interpretaran como justificación de unos hechos que ya no tienen vuelta atrás, sólo constatar que instituciones y profesionales hemos de mejorar mucho y agudizar nuestros sentidos ante los signos de alerta de las personas que tratamos y mucho más cuando se trata de niños. No sé si nuestros cuidados hubieran logrado cambiar el curso de las cosas, pero estoy absolutamente segura de que hubiera merecido la pena.

Ahora, que los jueces actúen con acierto y lleguen pronto a clarificar tu grado real de culpabilidad. Mientras cumplas la pena que te pudiera corresponder, a sabiendas de que el pozo es muy profundo, deseo con todas mis fuerzas que encuentres personas y apoyos precisos y eficaces que te ayuden a reinsertarte en la sociedad. Creo firmemente en la capacidad de regeneración de la persona.

Teresa González Lozano.

Pedrajas de San Esteban, 5 de agosto de 2017.


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