SERMÓN DE LA MISA EN HONOR DE SAN AGUSTÍN
P. ANTONIO CABREJAS MARTÍN, DOMINICO
28 de agosto de 2015
Raquel, Nuria y Elsa, representantes de la juventud de Pedrajas, señor Alcalde, señores concejales, Domingo, Toñín, hermanos todos aquí presentes.
1. Predicar en la fiesta de San Agustín en Pedrajas es un cierto desafío, porque ¿qué puede decirse de nuevo a los pedrajeros sobre San Agustín y su vida que no hayan escuchado ya en alguna o varias ocasiones?
Sin embargo, como sucede con el Evangelio, cuyos pasajes y enseñanzas leemos o escuchamos reiteradamente, muchas veces descubrimos algún aspecto nuevo en el que antes no habíamos reparado y que todavía nos falta comprender o profundizar y, no digamos, practicar.
La homilía es la predicación que desarrolla el sacerdote dentro de la Misa y debe ceñirse a aclarar los textos bíblicos de ese día y a aplicarlos a la realidad concreta de los fieles que la escuchan. En cambio, la homilía en la fiesta de un santo suele llamarse sermón: una predicación que tiene el carácter de panegírico. ¿Qué es un panegírico? Es la exaltación de la vida, virtudes y méritos de una persona, en este caso de un santo, con la finalidad, no de demostrar que es el mejor o más milagroso de todos, sino para estimular a los fieles a su imitación.
Pero la celebración de la Eucaristía en la fiesta de un santo tiene como primer objetivo: dar gracias a Dios por la persona y vida de ese santo.
2. ¿Qué estamos celebrando ahora en esta Misa?
La fiesta de San Agustín. Y eso, ¿qué significa? Celebrar es recordar y festejar con gratitud a una persona o a un acontecimiento significativo para los celebrantes. ¿Para qué celebramos esta fiesta? Para exaltar, un año más, la persona y la vida de San Agustín.
De esta forma también honramos a Dios, el tres veces santo, quien hace a los santos: ellos son su obra. La santidad es, sobre todo, un don de Dios. “Dios es admirable en sus santos”, dice la Biblia (como admirable y laudable es un artista cuando alabamos su obra de arte) y esto se manifiesta de un modo singular en San Agustín.
3. ¿Y quiénes son los santos?
Quienes mejor vivieron el Evangelio en el lugar, momento histórico y circunstancias concretas que les tocó vivir. Cristo se hace presente en distintos momentos de la historia de la humanidad en los santos que hacen época. Los santos constituyen una presencia actualizada de Jesús en el mundo, señales de que Dios no ha abandonado a la Humanidad, “testigos cualificados de su existencia”. Los santos son patrimonio de la Iglesia y también patrimonio universal de la Humanidad. Cuando un pueblo hace a un santo patrono, se apropia de él, lo hace suyo; no pierde su origen, pero adquiere también otra denominación: la de su lugar de adopción (lo que sucede habitualmente con las diversas advocaciones de la Virgen). Ya no es solo, por ejemplo, San Francisco de Asís, sino también San Francisco de California o San Francisco de Quito; ni únicamente Santiago de Compostela, sino además Santiago de Chile o Santiago de Guayaquil. En nuestro caso, Pedrajas de San Esteban es equiparable a “San Esteban de Pedrajas” y también a “San Agustín de Pedrajas”, pues tenemos la peculiaridad, o no sé si el privilegio, de contar desde hace muchos años con un co-patrón o dos patrones porque, al menos en cuanto a festejos, han superado siempre los de San Agustín a los de San Esteban.
4. ¿Y quién fue San Agustín para que merezca ser honrado?
No voy a detenerme en datos de su biografía muy conocidos por vosotros. Sólo quiero resaltar algunos aspectos peculiares de él. Pertenece al grupo de los santos conversos, entre comillas, “a todos los que no nacieron ya santos”, al grupo de María Magdalena, de San Pablo, San Ignacio de Loyola y varios más, y esto tiene un mérito especial y un aliciente para todos nosotros que pertenecemos (como el Papa Francisco) al común de pecadores, pero también llamados y capacitados para la santidad.
Destacó por su búsqueda incansable de la Verdad: del misterio de Dios y de la condición humana, cuya respuesta encontró en la persona de Cristo. Esto desembocó en un amor apasionado por Dios, simbolizado en el corazón ardiente con el que se le suele representar (mucho antes de que apareciera el culto o la devoción al Corazón de Jesús). Lo que hemos escuchado en la segunda lectura de la Carta del apóstol San Juan expresa muy bien cómo San Agustín entendió y vivió el auténtico amor cristiano. Sus reflexiones y escritos fueron y son tan amplios y profundos, que es un autor citable e inevitable en el campo de la Filosofía, de la Teología e, incluso, de la Literatura universal (por su libro de las Confesiones), en cuyo pensamiento se han apoyado teólogos tan importantes como el mismo Santo Tomás de Aquino y en la actualidad el Papa Benedicto XVI.
Para quienes nos hemos movido y movemos en la actividad de la predicación y en la enseñanza de la fe cristiana, San Agustín es una fuente inagotable de inspiración. Aunque la comparación entre los santos es algo relativo, pues cada cual es singular y tiene su propia grandeza, sí podemos afirmar que San Agustín es uno de los más grandes santos de la Iglesia. (La talla de la imagen de San Agustín de nuestra iglesia parroquial, aunque de valor artístico, no refleja ni de lejos su talla espiritual e intelectual).
Su muerte en el año 430, a los 76 años de edad (muy alta para su tiempo), siendo su obispo, en la ciudad de Hipona, en el norte de África, donde antes de la invasión de los musulmanes había numerosas comunidades cristianas muy activas, se produjo justamente cuando los primeros llamados “bárbaros”, los vándalos, después de arrasar Hispania, asediaban la ciudad amenazando destruirla. (De ahí les viene el nombre a los modernos vándalos, que se dan el gusto de destrozar el mobiliario urbano de nuestras ciudades y pueblos). Por suerte, los escritos de San Agustín pudieron salvarse para la posteridad de la cultura universal. Ahora comprobamos que la historia se repite, aunque a la inversa, pero de una forma trágica, porque desde el Norte de África por trabajo por hambre tratan de llegar a Europa.
Santo Domingo de Guzmán, que fue canónigo regular de San Agustín en la catedral de Burgo de Osma durante más de diez años, adoptó la Regla comunitaria de San Agustín cuando fundó a los frailes dominicos. Precisamente el próximo año 2016 vamos a celebrar el Jubileo de los 800 años de la fundación de la Orden de Predicadores, los dominicos.
El nombre de “San Agustín”, por otra parte, nos resulta también familiar a los pedrajeros por el colegio San Agustín, a la entrada de Valladolid, donde han estudiado varios chicos de Pedrajas, y por la iglesia de los agustinos llamados “filipinos”, junto al Campo Grande, donde hay un extraordinario museo de arte oriental.
5. ¿Cómo honrar a los santos?
De acuerdo con la cultura de cada pueblo. La religión es un aspecto integral de toda cultura, y la cultura, en un sentido amplio, no la simple erudición, es lo que da identidad propia a las personas y a los colectivos humanos. La nuestra, dentro del llamado mundo occidental, está marcada claramente por la fe cristiana católica, de la que la veneración a los santos es una característica. No hay más que recorrer la historia, la geografía, la literatura e, incluso, la industria y el comercio, para comprobar que está llena y señalada por el nombre de la Virgen en sus diversas advocaciones y de numerosos santos de la más variada personalidad y trayectoria.
La mejor manera de honrar a un santo, por supuesto, es imitándolo. Pero, ¿cómo puede un pedrajero, hombre o mujer, de cualquier edad o condición social y cultural, del siglo XXI, imitar a un hombre del norte de África de los siglos IV y V, y encima obispo?
Pues sí. No se trata de vivir en su lugar ni de volver a su época o tener su profesión o vocación, (en una especie de “túnel del tiempo”) pero cada uno de nosotros, donde y cuando nos toca vivir, aquí y ahora, sí podemos hacerlo desempeñando con responsabilidad nuestra vocación humana y cristiana.
6. ¿Cómo celebrar a San Agustín, cómo recordarlo y festejarlo?
Como lo estamos haciendo, con estos actos litúrgicos, pero también con otras actividades lúdicas y, como es tradición en nuestro pueblo, con los toros especialmente, con todo el ambiente propio que esto lleva consigo. ¿Os imagináis a Pedrajas sin San Esteban y, peor, sin San Agustín? Es difícil. Nos parecería una mutilación histórica y de un aspecto, si no el más importante, también de nuestra identidad. Sin embargo, hay un cuestionamiento razonable de que no toda costumbre se puede considerar simplemente como cultura…
Finalmente, (recuerdo lo que dijo Toñín hace dos años en este sermón, en el que planteaba una pregunta parecida) ¿qué queremos decir cuando gritamos “viva San Agustín”, una expresión que no aplicamos a San Esteban? ¿Es una simple imitación del “viva San Fermín”? O ¿solo queremos decir que vivan las fiestas de San Agustín, que no se acaben, que se realicen todos los años…? ¿No os parece demasiado poco?
San Agustín, según nuestra fe cristiano-católica, como santo, participa ya desde su muerte de lo que llamamos “vida eterna”, de la gloria de Dios. Pero vive también, sigue vivo, por su valía espiritual e intelectual, en la vida de la Iglesia, en la memoria y cultura de la Humanidad especialmente de la civilización occidental y, también, “a nuestra manera”, en la mente y el corazón de Pedrajas y de los pedrajeros.
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