Por Teresa González Lozano
La historia de la humanidad es una historia de movimientos migratorios. La civilización asienta sus pilares sobre el desplazamiento e intercambio de seres humanos, de unas regiones a otras del planeta, más o menos alejadas entre sí. De tal manera es así, que sin este peregrinaje, con todo lo que ha representado, la supervivencia y el progreso de la especie sobre la Tierra habrían estado bastante comprometidos. Estos desplazamientos, bien sea para asentarse de forma estable o como viajeros ocasionales y moradores cíclicos, han favorecido la fusión de razas, fortaleciendo y mejorando a la especie humana, intercambio de experiencias, descubrimientos técnicos y conquistas sobre la Naturaleza, así como la difusión de creencias, mitos, idiosincrasia de los distintos pueblos. El fenómeno de la migración se ha producido a lo largo de miles y miles de años, pero sigue ocurriendo en la actualidad. Mientras el hombre habite la Tierra, seguirá desplazándose por ella.
A grandes rasgos, se puede hablar de dos tipos de migrantes: los que se desplazan con medios monetarios suficientes para asentarse en el país e incorporarse a la red económica de forma autónoma, en una palabra, emigrantes ricos o al menos acomodados y los que, desde el momento de su llegada, van a depender de medios externos para sobrevivir, sean empresas que les proporcionen un salario o a merced de los Servicios Sociales del Estado. A mi juicio, estos últimos son los que suelen presentar dificultades para ser asimilados por la población que los recibe, ya que se hacen visibles, al llegar en situación precaria y necesitar, desde su llegada, ayuda básica para la supervivencia.
Los motivos de las grandes migraciones, aunque se les pueda atribuir diversas causas, van a ser siempre los mismos: mejorar las condiciones de vida, bien sean económicas, intelectuales, de estabilidad o sencillamente, buscando la paz y con ello poder salvar la vida, con frecuencia amenazada en todo conflicto bélico.
Ahora que, de alguna manera, los españoles nos hemos convertido en lugar de acogida, puedo entender que las personas que llegan al país con sus costumbres, sus creencias, su forma de comportarse, nos produzcan cierta desconfianza, (todo lo desconocido produce miedo). La llegada masiva de inmigrantes en un periodo de tiempo relativamente corto, puede desestabilizar una zona. Por ello, se necesitan reglas, organización y alteza de miras, como puede ser la solidaridad del resto de países y/o comunidades, en una palabra, hacernos cargo de que no se puede dejar solo al lugar de llegada, porque "le ha caído en suerte". El problema se ha de afrontar de forma concreta y directa, si nos referimos a nuestro entorno próximo, ha de ser abordada desde Europa y, si hablamos de España, todas las comunidades debemos estar implicadas.
Dicho esto y para no caer en el "buenismo", debemos decir que en un solo lugar no cabemos todos, pero quizá quepamos más si hay un reparto ordenado y generoso. Los inmigrantes, en términos generales, son gente joven, con deseos de trabajar, de producir en el lugar donde se establecen. Conocer las circunstancias, a veces dramáticas, que les empujan a salir de sus aldeas, pueblos y ciudades, puede ayudar a hacerse cargo del problema que entraña dejar su tierra e instalarse en otra que le es extraña y que, por mucho que ofrezca el país de acogida, el extranjero va a tener que pelear fuerte para hacerse un sitio en ella. Nunca pueden comprenderse las actitudes de rechazo y las conductas agresivas o de exclusión, que parecen instalarse en determinados ambientes y tendencias políticas de hoy.
Porque el rechazo no es igual para todos los inmigrantes, que en este aspecto también hay sus distinciones. No me resisto a la tentación de referir un recuerdo de hace unos años: Pasaba con frecuencia por un pasaje de Valladolid donde se podía leer en uno de sus muros: "No nos separan las razas, nos separa la pobreza" ¿No será ésta la que nos asusta?
Claro que no es mi propósito hablar de inmigrantes, pero no puedo dejar de hacerlo si lo que deseo es hablar de nosotros, los españoles, como emigrantes. Al amparo de la muerte de Julián Romo, emigrante él, se me ocurre que sería bueno echar una mirada atrás sobre nuestro pasado inmediato, en este tema.
Dejando atrás el terrible drama vivido al final de la Guerra Civil española, con la derrota del Ejército Republicano y que supuso la salida del país de más de cuatrocientas mil personas, entre soldados y población civil, en la que se incluían niños, mujeres y ancianos, que pasaron la frontera francesa, entre los meses de enero y febrero de 1939, camino del exilio
Seguro que desde épocas lejanas hubo personas y/o familias que salieron del pueblo para establecerse en otros lugares, de España o de fuera de nuestras fronteras, algunas no volvieron nunca y otras sí lo hicieron. Ciñéndonos a lo que mi memoria y la de las generaciones próximas a la mía alcanzan, Pedrajas ha sido pueblo de emigrantes. A mi juicio, se podría hablar de dos movimientos migratorios que se dieron casi simultáneamente y que tuvieron, entre otros motivos, la aparición de la maquinaria mecánica agrícola: tractores, cosechadoras, etc., originando el excedente de mano de obra en el campo, a la vez que se desarrollaba en las grandes ciudades la industria del automóvil y otras similares, con una gran demanda de trabajadores en ellas. Las dos migraciones que se dieron fueron las siguientes:
1. EMIGRACIÓN A CENTROEUROPA
La más impactante emigración vivida, por afectar de forma directa a Pedrajas, fue la que se produjo en los años sesenta, llegando incluso a los setenta del siglo pasado. Fueron tiempos de una enorme desbandada de la juventud, hombres y mujeres, que abandonaban el trabajo en el campo y el pueblo para incorporarse a las grandes industrias del centro de Europa: Alemania, Francia, Suiza, Inglaterra…, algunos, incluso, dieron el salto a la lejana Australia. Era una estancia temporal ya que el trabajador se desplazaba con contrato anual, cuando éste se acababa, el emigrante renovaba o volvía a casa. A pesar de esto, fueron numerosos los que optaron por quedarse y convertirse en ciudadanos estables de los países de acogida. En el 1973, se produjo la crisis del petróleo y los países europeos fueron restringiendo los contratos. Hay que señalar que en este flujo de trabajadores hacia los países de Centroeuropa participaron otros países periféricos como Italia, Portugal, Grecia, Turquía, etc.
España recibió un gran balón de oxígeno en forma de divisas que sirvieron para desarrollar el país. El pueblo no fue menos al ingresar el salario de tantos jóvenes, hombres y mujeres, como tenía desplazados. Sirvió para que las familias se fortalecieran económicamente y mejoraran sus condiciones de vida, mejorando la vivienda, pagando deudas contraídas e incluso, fueron el inicio de algún negocio. En el caso de las mujeres, sirvió para completar ajuares y, casadas, comenzar una nueva vida con desahogo. También aportaron nuevas costumbres: recuerdo la admiración de los que nos habíamos quedado, al contemplar, en el salón de baile de la señora Cruz, cómo bailaban el twist, las chicas que disfrutaban sus vacaciones navideñas en casa. Después, llegado el momento de la jubilación, ha servido para redondear jubilaciones, si los años de estancia en el extranjero habían sido importantes.
Emigrantes pedrajeras en Alemania, hacia 1960.
Fotografías pertenecientes a Encarna Romo de Pedro.
2. EMIGRACIÓN A OTRAS REGIONES DEL PAÍS
Por aquellos tiempos y por la misma causa (el superávit de mano de obra en el campo), existió en toda España otra migración interna, estable, en la que se trasladaron infinidad de personas de ambos sexos, incluso familias enteras, a veces liquidando todas sus propiedades y rompiendo los vínculos con su patria chica. Los lugares elegidos, las grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Bilbao… Numerosas familias, al acabar su periodo de trabajo en el extranjero y regresar a España, no volvían al pueblo, se establecían en las ciudades y se incorporaban como trabajadores a las fábricas que iban creándose en ellas.
En este punto, debemos recordar lo que supuso para la provincia y para Pedrajas, el establecimiento de la fábrica de coches Fasa-Renault en Valladolid. Ésta se constituyó en el año 1951 y presentó su primer vehículo, un 4CV, el 18 de abril de 1953, contaba con 100 trabajadores, que muy pronto se multiplicaron por muchos cientos. Las consecuencias de este crecimiento lo sabemos muy bien los pedrajeros, lo que supuso para el pueblo también, muchos de ellos viven o han vivido en la capital, por haber encontrado trabajo en la fábrica o en filiales y servicios externos a ella. Otros, al estar Pedrajas situada geográficamente cerca, se podían permitir vivir en el pueblo y desplazarse diariamente a su trabajo en la ciudad. Así y todo, fue causa de una diáspora importante.
Hay que resaltar un hecho relevante que se produjo, coincidiendo con estos movimientos de población y, quizá gracias a ellos, fue la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral y el concepto de empleada que fue creciendo en ella. Por primera vez conoció lo que representaba ser trabajadora de una fábrica. La mujer había trabajado siempre en el servicio doméstico o ayudando en el campo, pero era considerado trabajo menor y si en el hombre representaba sueldos bajos e inestabilidad laboral, para la mujer era mucho mayor ya que, para esta tarea, se prefería al hombre y, en caso de emplearla, se le pagaba mucho menos. Como consecuencia de su autonomía económica, surgió la paulatina emancipación de la mujer.
Otra característica a destacar, es que se trataba de una migración de gente mayoritariamente salida del campo, con un alto grado de analfabetismo y con poca preparación profesional. A este respecto, nuestro paisano Reyes Mate, refiere un hecho que refleja muy bien la situación, es el siguiente: Reyes residía en París, donde completaba su formación filosófica en la prestigiosa universidad de La Sorbona. Su madre, la señora María Rupérez, le escribió una carta informándole de que un grupo de vallisoletanos, entre los que se encontraba un hijo de la señora Evarista, vecina y amiga de la familia, llegaría en tren a París, de paso hacia Bélgica. Necesitaban que les acompañara para hacer el traslado, de la estación de Orly, punto de llegada, a la estación del Sur, donde tomarían un tren para continuar viaje al país de destino. Le pedían que les acompañara él, dada la amistad con el pedrajero. Reyes así lo hizo y recibió a un grupo de hombres jóvenes, mal vestidos, aunque llevaran sus mejores galas, algunos en zapatillas, con sus boinas a la cabeza y portando maletas de cartón atadas con cuerdas. Lo que más le impactó fue su actitud medrosa y sumisa. Él, joven cosmopolita, viviendo en un país moderno y desarrollado como era, ya por entonces, Francia, recibió el impacto y sintió pena de la España que emigraba.
Signo de identidad de toda migración es el desarraigo que siente el emigrante en su nueva patria, donde todo es nuevo, no tiene amigos ni referentes, puede incluso sentir que el ambiente le es hostil, a la vez que se agudiza en él la añoranza de lo que dejó en su tierra, llegando a la sublimación de lo que antes percibía con indiferencia. El emigrante sufrirá un desgarro emocional que el tiempo va borrando, en la medida en que se vaya integrando a la nueva realidad que, a la vez, sirve de estímulo y acicate para luchar por la asimilación y adaptación de los grandes retos que se le plantean. A nivel personal, la emigración suele ser algo provechoso, porque nos obliga a un ejercicio de adaptación y de recolocación de nuestros "principios y verdades" que considerábamos inamovibles, pero que, al ser contrastados con otros principios igual de verdaderos, se hace necesario que, poco a poco, abramos los ojos a nuevas realidades. A la vez que damos, recibiremos todo el bagaje cultural propio del lugar que nos acoge. La cuestión es que se hace difícil la integración, ya que el emigrante se establece en barrios atestados de otros emigrantes, con escaso contacto con la población asentada y con dificultad en el acceso a los centros formativos. Es la escuela la que normalmente logra, en los hijos, la aproximación a esta nueva cultura.
Para defenderse del ambiente hostil, tratará de buscar el amparo de las personas que viven su misma situación: otros emigrantes, mejor si son paisanos, hablan su misma lengua, comparten costumbres, situación laboral, etc. Es muy frecuente que el emigrante, ya establecido en un lugar, cuente con un mosaico de amistades procedentes de cualquier lugar del país e incluso de fuera de nuestras fronteras.
Al emigrante, salvo excepciones, siempre se le planteará la paradoja de vivir físicamente en un lugar y pertenecer espiritualmente a otro, vivirá mucho tiempo en el desarraigo y tratará de agruparse con paisanos y personas que vivan su misma situación. Tratará de volver en vacaciones, se construirá una casa, se preocupará porque sus hijos conozcan y se integren en su tierra e incluso acariciará la idea de volver a vivir al pueblo, cuando se jubile, cuando sea mayor… Llegado el momento, se da cuenta, más de lo que pensaba, que ya echó raíces en su nueva patria: que sus hijos no son emigrantes que un día dejaron el pueblo o la pequeña ciudad, ellos nacieron aquí y aman tanto a su tierra como él amó siempre a la suya, ahora están casados, tienen hijos, con lo que "aquí están sus nietos". También ha hecho mella todo lo vivido: amigos, barrio, lugares comunes, médicos, actividades de ocio, compañeros de trabajo. ¿Sigue perteneciendo verdaderamente al lugar donde nació y se crio o, en la mayoría de los casos, sólo fue un sueño? El sentimiento del emigrante, al menos durante muchos años, es de expatriado, como todo lo humano, se palía poco a poco y sin darnos cuenta vamos adquiriendo nuevas costumbres, que se ponen en evidencia si se te ocurre volver al lugar que te vio nacer, durante algún tiempo, volverás a ser expatriado, porque añorarás lo que dejaste allá.
No es mi intención dramatizar la situación, es hacer notar que la emigración comporta un coste emocional. El emigrante emigra buscando mejorar su vida, sea económica, sea intelectual o sea para salvar la vida, como es el caso hoy de lugares en guerra, o de grandes hambrunas, de violencia extrema, etc. Yo diría que siempre es ventajosa por las oportunidades de nuevas experiencias y nuevos conocimientos y por lo que nos obliga a salir de lo conocido, hoy diremos "salir de nuestra zona de confort", para ver y poder contrastar, poder mejorar.
Para la tierra de acogida siempre es una inmensa riqueza: gente joven dispuesta a trabajar en lo que le ofrezcan, dispuesta a crear familias, a ocupar una vivienda, a consumir… Hace poco, en una charla sobre inmigración, Cecilio Vadillo, emigrante en Francia con su familia, refería que su madre, en esos años, decía: "Aquí, en Francia, está el oro de Franco". Sin duda se refería a la mano de obra, que había dejado España y estaba produciendo riqueza en el país vecino. Un país poblado por juventud, es un país dinámico y rico.
Vamos a valorarlo desde el punto de vista del país de salida. Es la pescadilla que se muerde la cola: si en un principio aportan recursos económicos, a la larga son motivo de empobrecimiento. La gente se va porque no encuentra trabajo, a la vez pierde ocasión de generarlo: sobrarán casas, el comercio disminuirá, perderá dinamismo, estímulos. Los lugares de salida se empobrecen. ¿Cuántos pueblos deben su cierre definitivo por despoblación a la emigración?
3. FUGA DE TALENTO
España hoy, padece la tercera emigración que yo conoceré. Ya no emigra una juventud pobre, analfabeta, trabajadora en el campo. La emigración actual, está formada por jóvenes preparados intelectualmente como nunca lo han estado: universitarios, impuestos en Nuevas Tecnologías, han viajado, hablan idiomas, se defienden en cualquier ambiente, se ven obligados a buscarse la vida fuera de nuestras fronteras, en algunos casos logran ocupar puestos en consonancia con su formación, mi enhorabuena para ellos, pero hay otros que vegetan en trabajos de mera subsistencia. En mi pueblo corre el dicho siguiente: "No están los galgos atados con longanizas". A los extranjeros, salvo en casos excepcionales, nadie los espera y, sí, son los últimos de la fila. Siento lástima de la situación, porque estamos regalando talento joven.
Es necesario salir al exterior, ver y aprender, tomar el pulso a las corrientes de progreso que se mueven por el mundo. Luego volver y tratar de aplicar lo aprendido, tratar de dar un impulso al desarrollo del país. Esto es un deber de todos, de políticos, empresarios y población en general. Debemos hacer el esfuerzo de retener a nuestra juventud aquí, y ellos tienen el compromiso de poner a funcionar su talento, investigando, buscando o creando técnicas en el aprovechamiento de los recursos autóctonos, luchando y esforzándose en conseguir un país de oportunidades para todos.
La juventud es el motor de la sociedad, sin ella, estamos muertos.
Teresa González Lozano
Barcelona, 8 de diciembre de 2018.
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