La pasada semana, paseando por una de las calles del pueblo, fuimos testigos de una escena curiosa y a la vez tierna. Curiosa porque por encima de la alta tapia de un corral asomaba la cabeza de un caballo, o tal vez una yegua. Y a su lado, encaramado en lo alto de dicha tapia un gato, o quizás una gata, haciéndose compañía, ambos en actitud amigable, cariñosa, así nos pareció.
La escena es un bonito ejemplo de relación entre dos animales tan diferentes, sobre todo en cuanto al tamaño, que se presta a numerosos interrogantes y posibles interpretaciones. ¿Se estaban trasmitiendo alguna idea o simplemente se encontraban a gusto el uno junto al otro? A veces, sobran las palabras, todo lo dicen los gestos y el simple hecho de acompañar.
Ahora que tanto se habla de la soledad no deseada, se nos ocurre pensar en esos ratos de soledad del caballo, deseoso de surcar libre, al trote o al galope, tierras y pinares. Una soledad que le ayuda a combatir, poniéndose a su altura, ese gato de piel blanca y negra, contando con la ayuda de esa tapia gris, en apariencia vulgar, que también aporta su granito de arena… y cemento.
Y se dejaron fotografiar.
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