Hoy, 12 de enero, el señor Ángel Baruque Manso, hubiese cumplido 101 años. Hace tan sólo un par de semanas se detuvo su reloj biológico. Está claro que nadie se va a quedar eternamente por aquí. Quiero dedicarle unas palabras porque con él compartí una curiosa relación.
Ángel, el día de la celebración del centenario de su nacimiento.
Megeces, 14 de enero de 2017.
Responsable de que esta historia se hiciese realidad, fue mi hermana mayor que se ligó con un mozo de Megeces. De pequeño, en la escuela, siempre me había parecido que ese pueblo estaba muy lejos. Como mi cuñado también era agricultor, fuimos los “Garrapos” a sembrar remolachas a Megeces. Recuerdo la primera vez que crucé el puente medieval tan cerca del pueblo: creí entrar en un precioso paraíso.
También fuimos a doblar los riñones, porque hace más de treinta años se entresacaban las remolachas con una binadera. Entonces, Ángel Baruque y su mujer, nos invitaron a comer. Fue la primera vez que le vi. Su cara no engañaba. Su bondad estaba dibujada en su sonrisa, en su simpatía. En esos momentos sentí, hacia él, “un flechazo de amistad”. Nos habían preparado un “guisote” al estilo de la familia: ¡un buen cocido! (me río yo de los de Masterchef). Y de postre, ¡unas natillas! Ángel era muy goloso. No tengo yo muy claro el recuerdo de si aquella tarde sacamos mucha tarea.
Se sucedieron nuestros encuentros. Pronto me di cuenta de que podía hablar con él de cualquier tema: “del campo, de salud, (Ángel me decía que siempre intentaba quedarse con un poco de hambre para tratar bien a su estómago) de historia, de política, de animales, de religión, de psicología, de filosofía… de poesía, que también Ángel era poeta,…”. No importaba si teníamos algunas diferencias de criterio, había confianza.
Me viene a la memoria aquel día de invierno que fui a su casa, simplemente a estar un rato con él. Al calorcillo de la gloria de su vivienda, me contó detalles muy interesantes de su vida. Cuando sólo tenía un año, el cura le dio la extremaunción, porque pintaba muy mal su integridad física. Milagrosamente salió de aquella situación. Me enseñó un auténtico tesoro: ¡Tenía un cuaderno de ir a la escuela de los años 20 del pasado siglo! Había problemas de Matemáticas, ejercicios de Lenguaje…
Cuando estuvo en la mili, Ángel fue sorprendido por la Guerra Civil. En el frente, al cruzar por un barranco, le dispararon. Sus compañeros pensaron que le había alcanzado el fuego enemigo. Pero pronto les hizo un gesto de que se encontraba sano y salvo. Me relató muchos más pormenores.
Como nuestra amistad crecía, aunque él tuviese 45 años más que yo, fui a buscarle muchas veces a Megeces para traerle a Pedrajas, a que disfrutase y participase de las tertulias que hacíamos por aquí. Me encanto verle coger un micrófono (con una enorme energía y valentía) para entonar algunos de sus poemas, en aquellos recitales que solíamos organizar en nuestro pueblo. En cierta ocasión, fuimos juntos a ver una zarzuela al teatro Calderón, de Valladolid.
Pero Ángel era mucho más. Fue secretario, durante más de dos décadas, de “la asociación de La Fé y Socorro mutuo Santo Ángel de la guarda”, fundada en 1904, con un carácter solidario. Con más de 80 años fue cuidador de su madre, Uldacia, quien llego a vivir hasta los 104 años. Superados los 90 años, ayudó a cuidar también a su mujer, Pilar, cuando la salud de ésta iba decayendo.
En el tanatorio de Pedrajas, con 95 tacos a cuestas, estando Pilar de cuerpo presente, me dijo: “Víctor, si otros han podido superar esto, ¿no lo voy a poder hacer yo? Estaba creando un hermoso pensamiento positivo.
Bueno, Ángel, haciendo honor a tu nombre, me imagino dónde estás ahora. Supongo que no pasarás desapercibido allí, lo mismo que te ocurría últimamente cuando ibas de vacaciones al balneario.
Debes saber que para todos tus familiares y para todos los que hemos sido tus amigos, sigues permaneciendo con nosotros en nuestros pensamientos, en nuestros recuerdos, en nuestros sueños…
¡Gracias, Ángel, de todo corazón, por haberte conocido!
Víctor Manuel Sanz Arranz.
Víctor Manuel Sanz Arranz.
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