El pasado 25 de abril, a la avanzada edad de 95 años, moría en el hospital de Medina del Campo el señor Urbano Fernández Ruano, a quien todos conocíamos como Petaca. En Pedrajas, donde vivió algunos años y seguía teniendo casa, la noticia ha pasado casi desapercibida. Al menos eso me parece a mí, que me he enterado casualmente hace un par de días.
El señor Urbano era un personaje popular y querido para las gentes de Pedrajas, que bien merece unas palabras de despedida en el momento de este adiós definitivo. Su recuerdo permanecerá siempre unido a esas tierras, pinares y riberas cercanas al caserío de Ordoño y al puente de Vadalba, que durante tantos años pastoreó con su ganado. Allí, en esos campos, ahora yermos, en que estuvo situado antiguamente el pueblo de Ordoño, charlamos con Urbano en numerosas ocasiones, mientras recorríamos esos parajes indagando en su historia.
Una tarde de domingo del mes de septiembre de 2010, sentados a la sombra en el jardín de su casa de campo, junto a la carretera de Olmedo, entrevisté al señor Urbano. Me contó que había nacido el 2 de julio de 1921 en Gomezserracín, un pueblo de la comarca segoviana del Carracillo. Fueron sus padres Mariano Fernández Yusta, natural de San Boal y Buenaventura Ruano Sanz, del citado Gomezserracín. El matrimonio tuvo cinco hijos: Urbano, Flores, Ambrosio, Victoria y Faustina. Estas últimas se casaron en Pedrajas, con Maito Herrero y Wenceslao Garzón, respectivamente.
Mariano Fernández Yusta, su padre.
Mariano, siendo joven, había trabajado como criado de labranza en Ramacastañas, una finca situada cerca de Muñopedro y Sanchidrián, en la provincia de Segovia. Después se casó en Gomezserracín y se quedó allí viviendo, dedicado a la agricultura, con dos vaquillas para arar. Cultivaba cebada, centeno, algarrobas, en unos terrenos muy arenosos, muy livianos; también cuidaban algunas ovejas en casa.
Teniendo Urbano unos 25 años, en 1946, aproximadamente, sus padres compraron unas treinta obradas de tierra a Fortún, dueño de una parte de Valviadero. Estaban situadas en el pago del Regüero, dentro del antiguo término de Ordoño, a la derecha de la carretera de Pedrajas a Olmedo, nada más subir la cuesta del río Eresma.
Hacia el año 1950, Urbano, con la parte de la herencia de su madre, compró tierra al otro lado de la carretera, enfrente de la finca de sus padres, y construyó una casa de adobes, con un horno detrás para cocer el pan. Muchos años después, la tiraron y levantaraon la casa actual. Al lado de esa casa antigua, su hermano Flores, construyó otra, en sus propias tierras. Años después, Urbano le compró el terreno y la casa a su hermano.
Además de cultivar sus tierras, Urbano tenía rebaño de ovejas, toda la vida las tuvo. Pacían por los alrededores, pagando los pastos al ayuntamiento de Aguasal. A por la leche venían los Zamoranos de Olmedo, que se dedicaban a hacer queso; mucho tiempo después empezaron a llevarse la leche los camiones de las centrales lecheras de Arévalo o Valladolid. Hacían queso, para el gasto de casa y algo también para vender. A esquilar la lana de las ovejas venían esquiladores de Fuentepelayo (Segovia). Las pieles se las llevaba el padre de Guitarro, de Íscar. Encerraban las ovejas detrás de la casa, sin corral, solamente con una pequeña cerca de ramera. Y nunca faltó nada.
Al principio araba las tierras con vacas. Luego compró ya un tractor de segunda mano. Además de las ovejas, tenían algunas vacas para carne. Una vez, un toro se cayó en el pozo del molino del Chorlito. Pasando por el lado, pisó mal y se precipitó al pozo. Menos mal que cayó de culo, que si cae de cabeza se mata. Estuvieron sin dar con él unos tres días, venga a buscarlo por toda la ribera. Al final, lo encontraron. Lo subieron con una diferencial, unas trócolas, Tinín, el carnicero de Pedrajas, Germán, el Guerras, y alguno más. Sujetaron las trócolas a un pino que había allí y lo subieron. Allí, junto al pozo, pasó el animal unos tres meses, sin poder casi moverse de las heridas que tenía. En esas heridas le salieron bichos, gusanos, porque le habían cagado las moscas. Urbano le llevaba todos los días comida, hasta que estuvo bien y volvió a casa por su propio pie.
En una casa al lado del puente viejo de Vadalba vivía el tío Peral, que se dedicaba a hacer trillos y puertas. Esa casa y las tierras de alrededor pertenecían a la marquesa de Ordoño. El tío Peral tenía dos hijos, uno llamado Mariano y otro Lucio, que murió –según Máximo Alonso, que se encontró presente durante la entrevista- de una tocata que se pegó a jugar a la pelota, hará unos 65 años.
En la casa del Pisón vivía Germán, el Guerras. En Ordoño, el señor Luis, el guarda, y el señor Manuel Peque, el Zamorano. Sus hijos, Jesús, Alfonso y Daniel iban a la escuela a Valviadero. Con ellos vivían unos tíos que no tenían hijos. Urbano compró una casa en Pedrajas, en la que pasaban cuatro días señalados. Pero los hijos fueron a la escuela a Pedrajas… y antes a Valviadero.
Urbano, la tarde de la entrevista, 19 de septiembre de 2010.
Nos confesó Urbano aquella tarde otoñal que no le importaba que le llamaran Petaca, un mote de familia que le puso su hermano Flores, porque decía que era más agarrado o cerrado que una petaca, que ni le daba propina, ni se gastaba el dinero.
Sirva esta breve historia, contada en parte con sus propias palabras, de homenaje a un hombre de campo, bueno, sencillo y afable, cuyo espíritu seguirá siempre presente en esas tierras de Ordoño, a la vera del río Eresma. A todos sus familiares, especialmente a los más cercanos, un abrazo.
Carlos Arranz Santos.
Pedrajas, 11 de mayo de 2017.
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