martes, 4 de abril de 2017

A DEMETRIO, EL VECINO

"Al vecino más cercano, trátalo como a un hermano". Esta frase la oí en boca de mi madre muchas veces y toda la vida la cumplió al pie de la letra, conservando una estupenda amistad con todos sus vecinos y especialmente con las vecinas, que llegaron a ser numerosas. Mi madre añadía otra no menos sabia: "Al vecino y a sus secretos, trátalos con respeto".

Quizá sea una introducción demasiado larga para dolerme de la pérdida de mi vecino Demetrio Arranz Martín, el Cartero, ocurrida el último día del pasado mes de febrero.

¡Incluida entre los suyos! Así es como he sentido la convivencia y el trato recibido por parte de Demetrio y por extensión el de toda su familia. Me he sentido y me siento de la familia y por tanto protegida, cuidada, querida. Cuando me vine a Barcelona, en noviembre, viéndolo caer, pensaba en lo penoso que sería regresar y no encontrarle. Ya ha sucedido y lo único que toca es rememorar su figura de persona buena, de persona generosa y persona discreta, que eso quería decir mi madre con su segundo refrán.

Tener un vecino o unos vecinos es un privilegio que comienza a ser escaso en nuestras calles y a nuestras edades. Pero tener un vecino con la puerta abierta por si necesitas algo, es directamente un tesoro. Representa no sentirte solo, aunque físicamente lo estés. Porque sabes que al otro lado de la calle hay alguien incondicional dispuesto a celebrar contigo tus momentos de alegría, que respeta tus silencios y soporta con generosidad tus exabruptos, tus aullidos, y los malos días. Sabes que lo tienes, tanto para prestarte la escalera como para oír tus confidencias. Un privilegio y un tesoro incalculables. Tener un vecino que entienda la vida como servicio a los demás…, qué escaso, qué raro y qué valioso.

Un pueblo será un pueblo mientras defendamos la vecindad frente a toda la deshumanización que nos asedia y que amenaza con tragarnos. Ya hemos cerrado las puertas de nuestras casas (las puertas siempre se cierran frente a lo desconocido y siempre se cierran por miedo. Pero también por soberbia. Creemos que ya somos absolutamente autosuficientes, "ya tenemos de todo"). En los tiempos que corremos es comprensible y es bueno que seamos prudentes, ya que nuestra vida en los pueblos ha sufrido una gran transformación. Seamos conscientes de lo que pagamos por lo que conseguimos y tratemos de mantener el espíritu de vecindad por encima de todo, porque cuando sucumbamos al individualismo, sí que estaremos radicalmente solos.

Volviendo a Demetrio: su oficio, cartero. Hoy, en el tiempo de la comunicación abundante y rápida, aparece desdibujado, ya que solo nos llegan, a través del correo, las cartas del banco, siempre con malas noticias: los recibos y el importe que nos reclama Hacienda. En otros tiempos, no muy lejanos, las noticias de las personas queridas que teníamos lejos, llegaban por carta: cartas del novio que trabajaba en Alemania o cumplía la mili en cualquier punto de España. Cartas de la madre que escribía dándonos noticias de cómo había ido la cosecha, o los avatares de la familia si residías fuera. Cartas de un familiar que se había ido, hacía mucho tiempo a Argentina o a Méjico. Cartas de amigos, de otros familiares. Cartas de amor, en suma, que representaban un lazo de seda, largo, largo con el que permanecíamos atados años y años. 

Me imagino lo que debió de ser el cartero durante la Guerra Civil Española. La angustia acumulada mientras se esperaba esa carta en la que te podían comunicar que tu hijo, tu hermano, tu marido había muerto o estaba herido, y la explosión de alegría cuando recibías buenas noticias. De una manera u otra, las cartas son portadoras de sueños, de ilusiones, de secretos.

Frente a la manera de comunicarnos en la actualidad, la ventaja de una carta es que requiere un proceso: hay que tener la intención de escribir, hacerse con papel y tintero, comprar el sello, echarla al Correo. Un tiempo precioso para reflexionar, para que la noticia que porta, haya madurado. Estas operaciones no han sido obstáculo para mantener la necesidad y el deseo de comunicación entre la gente.

Por las manos de Demetrio y durante muchos años, pasaron todos esos sueños, frustraciones, deseos…, sirvió al pueblo con pundonor, con lealtad y honestidad. No sé si los oficios moldean nuestro carácter o elegimos los oficios en función de éste, lo que sí diré es que Demetrio siempre mantuvo un agudo sentimiento de servicio a los demás, que le ha durado hasta el final de sus días y que ha sabido inculcar a su familia.

Me felicito por haber tenido un vecino de su calibre y me alegro de la vida larga y provechosa de la que ha disfrutado.

¡Demetrio, te mereces la paz que como creyente has ido labrando a lo largo de tu vida!
Teresa González Lozano.

Barcelona, 25 de marzo de 2017.

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