Casi todos lo días pasamos por la Plazuela y contemplamos con desagrado el espectáculo de numerosas piedrecillas tiradas por todos los lados, sobre el pavimento, sobre la hierba de los jardines e incluso en las ventanas de la iglesia.
Estas dichosas piedrecitas calizas se echaron hace unos años alrededor de los muros del templo parece ser que para evitar humedades en el interior. Seguramente la idea era acertada. Pronto se comprobó, sin embargo, que coger las piedras y arrojarlas a diestro y siniestro por los alrededores iba a ser un eterno motivo de distracción para los niños del pueblo.
Esta tarde, dando un paseo por las calles, aprovechando el breve tiempo que la persistente niebla ha permitido ver los rayos del sol, nos hemos detenido en la Plazuela. Por debajo de las piedras, en ciertos sitios, se ve tierra, una tierra compacta que ya no favorecerá –pensamos- la aireación de las paredes y suelo de la iglesia. Nos parece que podrían quitarse todas las piedrecillas y echar en su lugar una pequeña capa de arena que también permitiría orearse el terreno.
Parezca adecuada o no esta sugerencia, es evidente que la Plazuela debe cuidarse y limpiarse con más frecuencia: quitar de vez en cuando las piedrecillas tiradas por el suelo; barrer las negras semillas de los aligustres, que se van acumulando bajo sus copas; pintar los bancos viejos; reparar los alcorques de algunos árboles; retirar el “toilekán”, si no está en uso, como parece. Esto en la zona norte, donde se encuentran los jardines y los juegos. Igualmente es necesario limpiar todo alrededor de la iglesia, al pie de lo muros, pues poco a poco van creciendo hierbas y se va acumulando suciedad.
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