A veces, nos encargamos de colocar carteles o señales por diversos motivos y en sitios muy variados. Sin embargo, a la hora de quitarlos no actuamos con el mismo cuidado, si es que nos preocupamos de quitarlos, porque con frecuencia nos olvidamos de hacerlo.
Para facilitar el paso de la procesión del Corpus Christi, el pasado 22 de junio, se pusieron carteles en la plazuela de san Agustín, prohibiendo el aparcamiento de vehículos en determinadas horas. Pasó ese día y se quitaron los carteles, pero se dejaron pegadas en los troncos de los árboles las tiras de celofán que sirvieron para colocar dichos anuncios.
Y hablando de anuncios -de todo tipo, tanto oficiales como particulares- debemos tener el cuidado de quitarlos cuando ya han dejado de tener vigencia. Si se van acumulando, llega el momento en que ni los prestamos atención y los paneles, fachadas o ventanas en que se colocan no ofrecen una buena imagen.
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El pasado sábado nos acercamos al cementerio. El contenedor metálico situado a la entrada por la puerta antigua se halla lleno a más no poder, incluso con un alto copete. Cerca de allí, en el terreno comprendido entre los dos caminos que conducen al citado cementerio, en el mismo picón, han dejado un palé de madera con restos de algún trabajo de albañilería. Curiosamente, al lado mismo, un par de carteles advierten de que está prohibido arrojar escombros bajo multa de no sé cuántos euros. Hoy en día prácticamente todo el mundo sabe leer y escribir.
Un pequeño detalle -sin importancia, la verdad- muestra la indiferencia que muestran ciertas personas por el bien común. Alguien cogió dos o tres almendras, probablemente de los árboles que crecen frente al campo santo, y las cascó con una piedra grandecita encima de la acera. Pues bien, no se molestó después en quitar del paso dicha piedra ni las cáscaras que se produjeron.
Si cuidáramos nuestras calles y plazas como cuidamos nuestros hogares estas cosas no sucederían.
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