sábado, 10 de octubre de 2015

AYLAN KURDI

UN NIÑO AHOGADO EN UNA PLAYA DE TURQUÍA

Por Teresa González Lozano

El día 2 de septiembre la prensa nos sorprendió con la imagen de un niño de tres años ahogado en una playa de Turquía. Él y su familia eran sirios y huían de una terrible guerra, en una lancha neumática, por la que habían pagado la cantidad de 2000 € cada uno. El niño se llamaba Aylan Kurdi y, no solo se ahogó él, sino también su madre, su hermano de cinco años, llamado Galip y doce personas más.

Desde este episodio ha pasado más de un mes y el goteo es constante. Europa, que somos también nosotros, pelotea y pelotea con el número de refugiados que corresponde a cada país y que, por cierto, nadie quiere recibir.

Lo que está pasando puede calificarse de fracaso integral humano, del cual nadie estamos libres de culpa (me refiero a las causas primeras de las guerras y también a la situación africana, que tantos inmigrantes origina). Como remedio a tamaño mal solo se nos ocurre poner vallas con espinos y más guardias. ¿En el siglo XXI no hemos aprendido que con el hambre no valen puertas?

Poco podemos hacer individualmente, pero sí debemos fortalecer nuestra conciencia, apiadarnos de ellos y organizarnos para exigir a los gobiernos que gobiernen pensando en el bienestar de la humanidad y no en el dinero y la ganancia de los poderosos. 

Como más inmediato, dispongámonos a recibir refugiados en nuestros pueblos o a apoyar las acciones encaminadas a auxiliarlos (nos asustan porque son muchos, pero pensemos que entre todos la carga siempre es menor, se trata de una terrible emergencia).

Como humilde homenaje a Aylan y la riolada de niños que sufren y mueren por causa de las guerras, van las siguientes palabras:

AYLAN KURDI

Desde arriba, desde lejos,
parecía un muñeco zarandeado por las olas,
abandonado por algún niño
que, por tener mejores juguetes, ya no lo quería.

Así estaba aquel niño, sin rostro, sin nombre.
Un niño que nadie conocía.

Sí, no tenía identidad.
Por la mañana, nadie le echaría de menos en la escuela.

Pero resultó que aquel niño, venía de una guerra:
traía los ojos aterrados de dolor,
de polvo, de estruendo.
Los oídos le zumbaban
como zumban las balas al chocar contra tu casa
y en los pies: no traía zapatos,
solo sangre y miedo.

El niño que venía de una guerra,
estaba muy cansado.
Tenía mucho, mucho sueño
y se quedó a dormir en las olas.

Los de arriba le vimos llegar.
Pero… “¡Es que no debemos hablar con desconocidos!”.
“¡No conocemos sus intenciones!”…
¿¡Y si solo quieren comer y leer en nuestros libros!?...
Y allí quedó, besado por las olas,
como un muñeco sucio y desvalido.

Arriba,  solo le habría recibido una verja de espinos.

Teresa González Lozano
Barcelona, 5 de octubre de 2015.

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