Por Teresa González Lozano.
Es tiempo de elecciones. Los políticos implicados se ponen ropa cómoda y, subidos a los múltiples estrados, tiran de vocabulario apropiado a la ocasión y vociferan las miserias de los rivales mientras tratan de ocultar, como sea, las propias. No les duelen prendas a la hora de prometer; en el caso de NO cumplirlas, cuentan con pocas posibilidades de ser molestados por el electorado, saben que tenemos mala memoria y mucha pereza a la hora de pedirles cuentas. Esto es lo que ha pasado en elecciones anteriores.
Pero en esta ocasión, en el panorama electoral, han irrumpido dos factores nuevos:
1º. Una población muy tocada por la crisis y especialmente enfadada por cómo ha sido gestionada, haciendo recaer el mayor peso sobre la clase trabajadora de múltiple signo: bajada drástica de salarios, recortes en Sanidad, Educación, atención a personas dependientes, en ayudas al desempleo, etc., y por el contrario sistemático estado de corrupción del cual nadie parece tener la culpa y frente al cual todos silbamos mientras miramos a otro lado. A estas alturas ni siquiera sabemos con claridad qué cortafuegos se han adoptado para que esta vergonzosa situación no vuelva a ocurrir o si ocurre, se pague cara.
2º. El segundo factor es la presencia en el escenario político de esta nueva generación de jóvenes que, con su discurso, han sabido encender una chispa de esperanza en nuestro deprimido estado de ánimo. Eso, para empezar, ya es un mérito, aunque no nos podemos quedar ahí.
Es llamativa la actitud que han tomado los viejos machos del clan de los domesticados, que se saben señores absolutos de la manada y arremeten contra los delfines rebeldes con toda la fuerza de su osamenta, sin reparar que por la ley del péndulo y sobre todo por la ley natural, son los jóvenes los llamados a ganar la pelea, aunque haya que esperar otras embestidas. Claro que los viejos señores aspirarán a perpetuarse a través de sus propios alevines, como si el poder les viniera de manos divinas y lo pudieran administrar y transmitir a voluntad.
Nosotros, el clan de los domésticos, nos vemos atrapados entre la confusión ambiental y la necesidad de votar porque, si algo hemos aprendido durante la crisis, es que la política es importante y necesaria. Necesitamos buenos políticos, que gestionen y administren con honradez y equidad lo público y ejerzan la política con vocación de servicio (eso lo oiremos mucho en campaña), jamás como si fuera su propia finca de explotación.
De los aposentados no se puede esperar mucho, porque no se aprecia en su discurso ni un ápice de autocrítica, necesaria en todo cambio de actitud.
Los jóvenes políticos emergentes dan miedo (a mí me dan miedo, aunque quisiera tener motivos para creer), por lo que pueda significar su evolución y que en un tiempo no lejano nos encontremos al cabo de la calle y tengamos que recurrir a ese dicho tan castellano: “Para este recado no se hubieran necesitado alforjas”. Les pediría que sean consecuentes con el aire fresco que han traído al panorama nacional y puesto que, de una manera u otra, están llamados a ocupar los puestos de responsabilidad que hoy pretenden, sean humildes, aprendan de los errores ajenos y traten con absoluto respeto al electorado.
Como sociedad nos merecemos que las cosas cambien a mejor y que por fin sea la verdadera democracia la que triunfe en estas elecciones.
En cuanto a las elecciones municipales, la cosa debería ser más fácil, puesto que todos nos conocemos y se entiende que tenemos un objetivo común, que es la buena gobernabilidad de nuestro pueblo. En la práctica no es tan así porque confluyen intereses encontrados de diversa índole, comunes en toda convivencia humana, y además, los que gobiernan reciben consignas de los partidos políticos que, quieran o no, deben cumplir. Quizá haya otras fórmulas para actuar en situación. Pero mientras llega esa hora, necesitamos gente recta y preparada, que dé un paso adelante para trabajar por el pueblo con espíritu dialogante y cooperativo. Entre otras cosas, eso es la democracia: ponernos de acuerdo con otros (aunque no pensemos lo mismo), para llevar un proyecto adelante.
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