Concluida la misa, una de esas mujeres, Tere Miguel Rodríguez, hija del señor Matías y de la señora Leo, dirigió unas palabras a todos los presentes. Como nos parecieron muy interesantes, le pedimos que nos las enviara y aquí las tenéis.
EVOCACIONES
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.”
Así comienza Antonio Machado uno de sus más bellos poemas que traigo a colación para recordar algunos rasgos de nuestras vidas.
1
Mi infancia está ligada al mostrador de la tienda familiar que te permitía conocer de cerca las dificultades para salir adelante en el día a día. En ese establecimiento se fiaba y por eso anotábamos puntualmente lo que cada cual compraba y también lo que se iba dando a cuenta. No había tarjetas de crédito, pero sí una enorme confianza en que se pagaría cuando se pudiera: casi todos cuando acababa la siega.
En el pueblo había de todo, aunque la mayoría vivía al día, con estrecheces, y era esa forma de solidaridad lo que engrasaba la existencia. Poco trabajo y mal pagado que había que aceptar resignadamente. ¿Os acordáis cómo decíamos del que estaba en paro? Decíamos que “estaba de más”, pero ¿puede alguien decir que quien no tenía trabajo sobraba? Lo que sí sabíamos es que había que echar una mano, incluso los niños, regando en la huerta, descoronando remolacha en el frío invierno o llevando a pastar a la vaca.
En los comercios o en la botica el cuaderno de apuntes daba fe de esa solidaridad; entre vecinos no hacía falta cuaderno: se pedía un pan prestado o una docena de huevos hasta que en casa iban al horno o ponían las gallinas. En los cuadernos sólo había números, pero los que estábamos al otro lado del mostrador sabíamos que detrás de cada compra o de cada deuda había una historia, dolorosa unas veces y otras, de esperanza. Lo que fuera quedaba entre nosotras.
2
Pedrajas, como tantos otros pueblos castellanos, vivía hacia dentro. Se nacía y se moría en casa. Se viajaba poco: alguna salida a Valladolid en la Rubia de Paco o por el coche de línea, con el señor Sabas al mando, por algún motivo excepcional, ligado casi siempre a la salud. Las noticias que llegaban eran las del Parte en la radio.
Pero poco a poco aquello comenzó a cambiar. Se abrió la posibilidad de ir a trabajar a Alemania o Francia. Las pioneras fueron chicas. Con el envío de sus salarios se saneaba la economía familiar. Luego llegó la tele, que era como una ventana abierta al mundo. Y también el turismo, que nos permitió conocer otros atuendos y otros modos de vivir. Empezamos a salir y a cambiar.
Llegó la democracia y con ella, en los años 83-84, la universalización del derecho a la sanidad y a la educación. De repente pasamos de la iguala con el médico, que sólo cubría la visita del facultativo, pero no las medicinas ni la atención especializada, a disponer de un sistema sanitario ejemplar. La tranquilidad que supone saber que tendrás la atención sanitaria que necesites: que si análisis, estancias hospitalarias, medicinas. Todo gratis o casi. Es bueno valorar lo que esto supone. Un amigo nuestro que pasa los veranos en Estados Unidos nos dice que allí cuando te acercas a un hospital primero te miran el seguro para saber si te lo cubre y luego te piden la tarjeta de crédito para ver si lo puedes pagar. Aquí, por ley, cuando vas a un hospital, primero te curan y luego se carga el importe a la Seguridad Social. Vamos al médico regularmente. Nos atienden buenos profesionales y no tenemos que hipotecar nuestros bienes para ser atendidos. Los hospitales públicos reciben a los niños que llegan al mundo y proporcionan a quienes se “van” cuidados paliativos. Luego están las atenciones a la Tercera Edad que nos permiten viajar a precio módico y alojarnos en hoteles “donde nos lo dan todo hecho”, algo que las mujeres valoramos especialmente.
Aquí tocó la lotería en el año 1984, creo recordar. Pues bien, a mí me parece que desde que se institucionalizaron las pensiones y la sanidad gratuita se estableció una especie de lotería que toca a todos los jubilados cada 25 de mes, cuando la Seguridad Social deposita en nuestra cuenta el importe debido. Y eso nos permite vivir con dignidad y confianza. Cuento todo esto como motivo de alegría y gratitud, compartida espero.
3
Al echar la vista atrás reconocemos que nuestra generación ha hecho un largo camino. Venimos de muy lejos, de un tiempo difícil, y hemos llegado a tiempo de disfrutar de un relativo y benéfico estado de bienestar. Todo esto ha sido posible gracias a nuestro propio empeño. Aprendimos en la infancia valores como el esfuerzo, el trabajo, la superación, la honradez, el respeto… y con esos hemos conquistado el futuro. Nuestra generación ha sufrido ese cambio colosal que va del candil a internet, pero también le ha protagonizado. Tenemos razones por tanto para dar gracias a la vida y celebrar nuestro 75 aniversario. Y es bueno hacerlo aquí, en este lugar, la Iglesia. Aquí nos hemos bautizados, hecho la primera comunión y muchos de vosotros os habéis casado, bautizado hijos y nietos… Personalmente me evoca también la despedida de nuestros mayores.
Voy a terminar citando los últimos versos del poema de Antonio Machado:
“A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Tere Miguel Rodríguez
Pedrajas de San Esteban, 16 de junio del 2018.
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