miércoles, 2 de noviembre de 2011

DÍA DE LOS DIFUNTOS

ÁNIMAS DEL PURGATORIO

            Al acercarse la celebración del día de Todos los Santos era costumbre que algunas personas salieran por las calles, pidiendo limosna, casa por casa, para las Benditas Ánimas del Purgatorio. Estos devotos, entre los que se recuerda al tío Bonifa y al tío Tablero, se acercaban al umbral de las viviendas tocando una esquila, a la vez que en tono dramático y de ultratumba entonaban esta súplica:

            "Anima que estás penando, en el hoyo pastelero,
             si no me das limosna, te agarro de los pelos."

            ¡Las ánimas del Purgatorio! La gente se impresionaba mucho al escuchar este ruego, sobre todo si era de noche. Los chicos llegaban incluso a esconderse entre las patas de la cama. Esta tradición tiene su origen en la fundación en Pedrajas de la cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio, cuyas ordenanzas fueron aprobadas por el Obispo de Segovia en 29 de noviembre de 1715. En el capítulo IX de dichas ordenanzas podemos leer: “Se ordena que todos los cofrades tengan obligación de pedir, por semanas, la demanda de ánimas, los domingos y fiestas en la puerta de la iglesia, al salir de misa, y por las noches por el lugar."

            Con el paso de los tiempos esta costumbre de pedir limosna se redujo al Día de los Santos y fechas de al lado.

1 DE NOVIEMBRE: DÍA DE TODOS LOS SANTOS

            Este día, se ce1ebraba, de mañana, la misa en la iglesia. Por la tarde, en el cementerio, "se cantaban las sepulturas", es decir, el señor cura, acompañado por el sacristán y los monaguillos, iba, tumba por tumba, cantando los responsos:"Ne recorderis pecata mea… Requiescat in pace.”

            Sobre los túmulos de los sepulcros, iluminados por faroles de aceite o por lamparillas, se depositaban las monedas que, al acabar el responso, eran recogidas por los monaguillos, yendo a parar al bonete del señor cura. Antiguamente, se hacía un responso por cada perra gorda que hubiera sobre la tumba. Siendo muchas las tumbas, esto se hacia interminable, por lo que se comenzó a decir un solo responso por sepultura. Cada año se empezaba a responsear por una punta del cementerio, a fin de que no fueran siempre los primeros los mismos.
           
            Al caer la tarde, comenzábase la novena de las ánimas en la iglesia del pueblo. En medio del pasillo se colocaba el negro túmulo funerario, encima del cual se veía una calavera y dos tibias cruzadas, símbolos de la muerte. A su lado se erguía la cruz de plata, con faldón negro, escoltada por sendos hachones de cera. En el calor de los hogares solía rezarse esa noche el llamado Rosario de Animas, en el cual se iban repitiendo estas plegarias:

. Por vuestra misericordia gocen las ánimas de paz y gloria.
. Padre nuestro, réquiem eternam dona eis, Domine.

            Al acabar, se decía tres veces: "Virgen del Carmelo, por vuestro escapulario santo, líbrales del purgatorio y de las penas del infierno. Amén.”

            Así llegaba la noche, y con ella, comenzaba el clamoreo de las campanas, que había de durar hasta la hora del Avemaría del día siguiente. Esta labor correspondía normalmente al sacristán, pero se hacía ayudar o acompañar de otros. Recordemos la tradicional participación en este menester del señor Quintín Merino, que también llevó muchos años la cruz de madera en la procesión del Jueves Santo.

            Guarnecidos dentro de la torre pasaban la noche tocando constantemente a clamor, a la par que charlaban y asaban las ricas castañas da la época o saboreaban las típicas "puchas". No faltaba tampoco el vino nuevo, "la chorra", pues poco tiempo hacía que se había pisado la uva en el lagar.

            Generalmente hacían sonar las campanas a clamor normal, sin embargo a veces intercalaban algún “tantanene” o algún "toque de obispo o de cura". Estos últimos toques eran los clamores propios de los clérigos, y se hacían tocando la campana pequeña al vuelo.

            Estos clamores nocturnos se repetían asimismo la noche del sábado posterior a la del día de Todos los Santos. En épocas más remotas, en esa noche de Todos los Santos, a eso de la medianoche, solía la gente acudir al cementerio viejo de Santa Ana, a revisar el aceite de los faroles de las sepulturas y a rezar ante ellas. Se decía "que las ánimas salían a descansar y a ver a sus familiares".

            2 DE NOVIEMBRE: DÍA DE ÁNIMAS

            Se cantaban los responsos en la iglesia, al lado de las viejas sepulturas que había en el suelo de la misma. Recordemos que hace unos siglos se enterraba a los difuntos en la iglesia, cubriéndose las tumbas con losas de piedra caliza. También se realizaban enterramientos en el cementerio entonces existente al lado de la iglesia, en lo que hoy es Plazuela de San Agustín. En el siglo XIX, por razones de salud pública, el gobierno ordenó la construcción de cementerios situados fuera de las poblaciones. No obstante, el recuerdo de los antepasados enterrados en la iglesia siguió vivo en la memoria de las generaciones venideras: cada familia tenía "su tumba o sepultura", sobre la cual se rezaban los responsos el día de Ánimas. Para ello, ese día se colocaba un paño blanco sobre las losas y sobre él unas roscas de cera (velas retorcidas) que ardían en memoria de los antepasados. Juntamente se ponían ofrendas en forma de panes, como limosna por los responsos. A este pan luego se le decía "pan santo", y se repartía entre el señor cura, el sacristán y los monaguillos. Si había muchos, se daban como caridad a los pobres. En otros pueblos, en vez de panes se ofrendaban incluso sacos de trigo.

           
            La última ceremonia propia de estas fechas se celebraba el lunes después de los Santos. El señor cura rezaba un responso junto a la cruz de piedra de la Plazuela, anteriormente situada en el centro de la misma. Quizá esto se debiera a la existencia en ese lugar del antiguo cementerio.

            LAS PUCHAS

            Además de las típicas castañas de los Santos, se preparaba también otro plato: las puchas. Se hacían éstas hirviendo una mezcla de azúcar y harina, con anises. Se dejaba una cazuela de puchas, para comerlas frías, al día siguiente. A veces algunos, como broma, untaban las cerraduras de las puertas de amigos o chicas conocidas, durante la noche.

            CALABAZA

            Otra costumbre consistía en ahuecar una calabaza, dándole forma de careta. Metían después una vela dentro y colocaban la calabaza en un sitio oscuro para que desde lejos, en la noche, pareciera una calavera y las gentes se asustaran.

            Carlos Arranz Santos.

            Revista Tierra y Pinar, nº 39, noviembre de 1983, págs. 10 y 11.

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