miércoles, 21 de diciembre de 2016

JESÚS MARTÍN ROMO

Jesús Martín Romo fue enterrado en el cementerio de nuestro pueblo, Pedrajas de San Esteban, el día 13 del presente mes de diciembre, después de que su cadáver fuera trasladado desde Barcelona, donde residía hacía más de sesenta años. Pero ¿quién era Jesús Martín Romo? 


Jesús nació en Pedrajas, el 3 de enero de 1926, en el seno de una familia de pequeños agricultores. Era el mayor de cuatro hijos, y su infancia y primera juventud transcurrieron en el pueblo, en una época de extremas dificultades, tanto económicas como sociales y políticas, ya que comprende el periodo de antes, durante y posterior a la Guerra Civil Española. En esos tiempos las familias, para sobrevivir, tenían que compatibilizar la agricultura con otros trabajos eventuales.

Nos cuenta Margarita, la hermana menor, que su padre, aprovechando los transportes que, entonces, generaban las yeseras, situadas en las laderas del Monte, subía ramera del pinar (usada como combustible en la transformación del mineral) y bajaba el carro cargado de saquitos de yeso, que llevaba hasta Olmedo o Medina del Campo, desde donde serían enviados a los distintos puntos de España. Jesús, acabado el periodo escolar, ayudaba a su padre en todas estas tareas. 

En la escuela destacó pronto por su inteligencia y afición al estudio. Su maestro fue don Justi. En ese tiempo, los maestros, como el resto de los ciudadanos, habrían de redondear el sueldo desempeñando diversas tareas en el municipio. Don Justi era secretario de la Hermandad de Labradores, gestionaba los subsidios y ayudas familiares y quizá, en alguna ocasión, desempeñara tareas en el Juzgado de Paz. El caso es que una vez acabada la escolaridad, Jesús, como alumno aventajado le ayudaba en estas tareas, después de cumplida su jornada de trabajo familiar. 

Llegado el momento de hacer el Servicio Militar, de la mano de su primo, Antolín Romo, militar en Barcelona, eligió la modalidad de voluntario, incorporándose a filas en esta ciudad. No se ha podido precisar en qué año dejó el pueblo, creemos que debió de ser a finales de los cuarenta. Un muchacho de apenas veinte años, con las experiencias del medio rural y los conocimientos escolares de la Enseñanza Primaria. Con este bagaje se incorporó a la vida de la gran ciudad. Aprovechando las posibilidades que le proporcionara el ejército, se puso a estudiar, no importándole ni la edad que tenía ni el esfuerzo que suponía cumplir sus obligaciones de soldado y prolongar la jornada de estudio. Se hizo militar de carrera, estudió Practicante, siguió estudiando Medicina General y se especializó en Otorrinolaringología. 

A la vez que avanzaba en sus estudios, trabajaba la medicina en cada nivel de formación que iba consiguiendo. Esto quiere decir que ejerció de practicante, ejerció después de médico general y cuando se especializó, ejerció de otorrino, con despacho privado en la calle Aragón de Barcelona. Claro que acabó la carrera ya mayor, pero para su ímpetu y deseo de superación no fue ningún obstáculo. 

Todo esto que hemos dicho es muy bonito y nos invita a reflexionar sobre dos cosas: la primera, la forma que tuvo de sortear las dificultades propias del tiempo en que le tocó vivir, de escasez de medios, de oportunidades imposibles, de dificultades sin cuento, para llegar a cumplir su sueño. La segunda y quizá la más importante es su espíritu, nadie lo diría conociendo a Jesús en el pueblo, pero debió de ser un volcán en ignición lenta y soterrada, un espíritu de lucha y, ¿por qué no decirlo?, de ambición, sana, estimulante, de las que merecen ser admiradas. 

Ambición por saber, por progresar, por superarse cada día. Jesús pudo quedarse, ya situado, de militar o de practicante, o podría haber accedido a algún puesto administrativo o en alguna empresa, porque después sí hubo más oportunidades. Pero prefirió ir por el camino difícil y escabroso del esfuerzo y… hasta la cumbre. 

Hay otra faceta a destacar: Jesús, a medida que se perfeccionaba, iba poniendo sus conocimientos al servicio de la gente. Cuando fue practicante, ayudó como practicante, y cuando fue médico, ayudó como médico: en el Somorrostro, un barrio muy deprimido de Barcelona, en la ONCE, en la Seguridad Social… Logró situarse y ganarse bien la vida, pero a la par ayudaba a la gente de forma generosa, y siempre que un pedrajero le requería, allí estaba él. 

No se casó. Cuidó de sus padres y de sus hermanos con celo hasta los últimos días de su vida. Cultivó la amistad con el mismo esmero con el que vivió, contó con grandes y fieles amigos de ambos sexos que le han durado hasta el final de sus días. Amaba la vida, le gustaba vivir en una buena casa, la buena mesa, vestir con pulcritud y sobria elegancia, compartir con la gente. Era generoso, no solo daba su tiempo, sino que le gustaba invitar, acompañar, servir y fue, hasta el final de sus días, un pedrajero que llevó su cultura y su amor al terruño agarrado a su corazón. 

Por todo lo dicho y aunque por vivir fuera mucha gente ya no le conozca en el pueblo, se merece ser considerado un pedrajero insigne. 

¡Jesús!, fuiste creyente profundo y un hombre de bien. Te mereces el Reino reservado a los elegidos.

Barcelona, 13 de diciembre de 2016.

Teresa González Lozano.

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