domingo, 16 de agosto de 2020

JULIA CAPELLÁN

Publica hoy domingo El Norte de Castilla, en sus ediciones impresa y digital, un reportaje sobre el fallecimiento, a causa del coronavirus, de la señora Julia Capellán Gómez, natural de Pedrajas, y de su marido el señor Valeriano Sánchez Bravo, con tan solo catorce días de diferencia.

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LO MÁS DURO ES 

NO HABER PODIDO ESTAR JUNTO A ELLOS

Valeriano Sánchez falleció a los 88 años a causa del coronavirus, 

sin saber que su mujer, Julia Capellán, había muerto 14 días antes

      Valeriano Sánchez y Julia Capellán posan con la familia en las navidades de 2019. / EL NORTE


NIEVES CABALLERO

El Norte de Castilla, domingo, 16 agosto 2020, 09:06


Son heridas difíciles de cicatrizar. Las hermanas Esmeralda y Lourdes Sánchez Capellán perdieron a sus padres en menos de dos semanas. El recuerdo de tantos buenos momentos, su alegría y su cariño, quizás pueda ayudar a sobrellevar poco a poco su ausencia, aunque Valeriano Sánchez Bravo y Julio Capellán Gómez son insustituibles en las vidas de sus hijas y yernos, de sus nietos Cristina, Sara, Diego y Julia, sus biznietos Julia, Elena y Alonso y del resto de la familia y amigos. Ese virus que sigue marcando el día a día de todos y ha destrozado a tantas y tantas familias, se llevó a Julia el pasado 29 de junio y a su marido, Valeriano, 14 días más tarde, después de mes y medio de ingresos, preocupaciones, esperanzas y mucha lucha por sobrevivir. «Lo más doloroso es no haber podido estar junto a ellos», afirma Lourdes, antes de remarcar una y otra vez que «este virus es muy cruel porque la gente se muere sola. Todos, y ahora sobre todo los jóvenes, deberían ser conscientes de la realidad».

Para esta familia vallisoletana el infierno comenzó el 12 de mayo, cuando Julia Sánchez tuvo que ingresar a causa de la fibrosis pulmonar que padecía desde hacía siete años. «Habíamos intentado evitar el ingreso porque no era nada aconsejable ante la situación que atravesaban los hospitales», relata Lourdes.

        Valeriano Sánchez y Julia Capellán / EL NORTE


Acababa de empezar la llamada desescalada. Su madre entró en el hospital Río Hortega sin coronavirus. Le hicieron la prueba y dio negativa. Cinco días después le dieron el alta, pero no se repitió el test a su salida aunque llevaba la enfermedad. Era viernes y ese mismo domingo se puso de nuevo mala y volvió a ingresar. Por desgracia, su marido también se había contagiado, como comprobaron después.

Una semana más tarde, su madre regresaba de nuevo a casa con coronavirus, «para que pase el confinamiento con su marido, según me dijeron textualmente en el hospital». Lourdes recuerda esa decisión sanitaria con una mezcla de rabia y tristeza. «No podíamos ir a verles, estaban solos en casa, les dejábamos la comida en la puerta». A los pocos días, hubo un nuevo ingreso para Julia Sánchez. El definitivo.

«Este virus es muy cruel porque la gente se muere sola. Todos, y ahora sobre todo los jóvenes, deberían ser conscientes de la realidad»

El 29 de mayo, Valeriano se encontraba ya demasiado mal como para seguir resistiendo en casa y le ingresaron en el Clínico, donde moriría un mes más tarde, a los 88 años, a consecuencia de una neumonía bilateral (una de las consecuencias más graves del coronavirus). Lo hizo sin saber que la mujer con la que llevaba 63 años casado le había dejado 14 días antes.

Julia, una mujer fuerte, muy positiva y alegre, superó el coronavirus y fue trasladada al Benito Menni para la rehabilitación pulmonar. Sin embargo, dos días después fallecía, a los 83 años. Un día antes su hija Lourdes pudo dar la alegría a su madre de ir a verla al hospital con intención de volver al día siguiente. Pero no pudo ser.

«Han sido 40 días horribles que no vamos a olvidar nunca, es muy difícil gestionar esta situación, nos preguntamos cuánto habrán sufrido ellos solos, cada uno en un hospital distinto», reconocen sus hijas. «Durante los dos meses de confinamiento, veíamos en las noticias que la gente se moría pero hasta que no te toca, no eres capaz de entender lo qué han pasado los enfermos y sus familiares», agregan.

«No nos lo esperábamos, sobre todo la muerte de mi padre, que no tenía ninguna patología, era buenísimo y llevaba siete años cuidando a mi madre», coincide Esmeralda. Todavía se sobresaltan cuando suena el teléfono, después de las innumerables llamadas, algunas a horas intempestivas, para recibir noticias. «Que se pase esto cuanto antes porque es horrible», afirma Esmeralda, antes de resaltar que «los abuelo eran todo».

Fue en un momento en el que algunos familiares y amigos pudieron despedirles en el tanatorio, con mascarillas, sin abrazos y de una forma muy impersonal. Un pequeño y triste consuelo.

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