lunes, 23 de marzo de 2020

FUENTEOVEJUNA, TODOS A UNA

Hace sólo unos días, aunque ahora nos pueda parecer una eternidad, yo hablaba con una persona muy concienciada sobre lo que se nos venía encima. Le comenté que si aquí, en España, sólo nos pedían buena voluntad, el coronavirus tenía las fronteras abiertas para campar a sus anchas. Iba a ser necesario tomar medidas más drásticas, como así ha empezado a suceder al decretar el estado de alarma. 

Hacía poco había visto en La 2 un documental sobre la Segunda Guerra Mundial y me imaginaba lo que tenía que pasar por la cabeza de las personas que sabían que las bombas iban a empezar a volar por encima de ellas. Yo y los de nuestra generación no sabemos lo que es vivir una guerra, pensé. Los casos de histeria en los supermercados, los hospitales colapsados, el desplome económico que se avecina, me hicieron regresar a aquellos miedos e incertidumbres de los que vivieron el comienzo de la Guerra Civil Española.

Nuestro enemigo actual es inhumano, sutil, infravalorado, tanto que hemos llegado a pensar que sólo se lleva por delante a los viejecitos y a los enfermos terminales. Nos divide, porque a unos les ejecuta y a otros les encomienda la misión de ser portadores de su veneno sin que les afecte demasiado, o eso les puede parecer a algunos. Si todavía nuestros políticos no se ponen de acuerdo en cómo redactar una ley sobre la eutanasia, esta pandemia se les ha adelantado. Esto no es una película ni una plaga como la que asoló Egipto en tiempos de Moisés. Este brutal enemigo nos ha caído encima como una apisonadora, pero desconocemos su criterio y sus auténticas intenciones.

Yo, vaya por delante, también he reído algunas de las ocurrencias que desfilan por las redes sociales. Sin embargo, es mi opinión, la mayor parte de ellas no nos han ayudado a ver la gravedad de la situación. La clase política no ha sabido tomar las decisiones adecuadas y oportunas, quizás por no alarmar. Basta decir que las estrategias utilizadas por los países más afectados tienen sus diferencias: China optó por el confinamiento muy duro de cuarenta millones de personas y, buena noticia, después de cincuenta días van saliendo de la crisis, pero todavía con muchas restricciones en su día a día. Corea del Sur eligió, cuando sólo tenía 50 casos, adelantarse a la enfermedad y sondear con 15.000 test al día (estos que ahora mismo la seguridad social española no puede hacer en personas con síntomas leves, miento parece que están empezando a hacerles también aquí) y aunque son muchos los casos que registraron, su mortalidad no llega al 1%. 

Nosotros igual que el resto de socios europeos esperábamos ir poniendo en cuarentena cada caso que apareciese para tener la propagación controlada, pero Italia ya nos iba avisando de lo contrario: el contagio se dispara. Inglaterra, mejor dicho, su primer ministro, quiere continuar con esta táctica de combatir al virus cuando se manifiesta, pero muchos de sus ciudadanos, por su cuenta, van dejando las calles desiertas.

Yo no digo que nuestros políticos, asesorados por científicos, no hayan cometido errores, son humanos. Al menos ahora están unidos, salvo algunos matices. No es descabellado pensar que el estado de alarma tenga que extenderse a trabajos masificados de gente (manteniendo los de primera necesidad) y que el metro de Madrid o Barcelona deban parar al menos una cuarentena.

PERO, MIENTRAS TANTO, NOSOTROS ¿QUÉ?

No estamos en un búnker, esperando que una sirena nos avise de que vamos a recibir un bombardeo, estamos en nuestras casas. La mayor parte de las personas están concienciadas, sabiendo además que nuestro nivel de vida se va a ver muy afectado. En este sentido hay frases preciosas que se han difundido animándonos a ser todos una piña. Pero hay otros que piensan que esto es una estupidez. Se agarran al hecho de que se lleva rumoreando que el coronavirus es una gripe normal, (no es una gripe normal, es muchísimo más contagiosa) que todos tenemos que pasar por ella, (puede ser, pero será más fácil dominarla cuando los científicos la conozcan mejor y encuentren herramientas para combatirla, lo cual requiere un plazo de tiempo). Algunos no se han tomado la molestia de leer las líneas básicas de este estado de alerta, aunque estén bien claritas expuestas por todos los lugares. Habrá que intentar concienciarles por su propio bien, por el de los demás y si no es de buena fe, con sanciones.

Esta dura batalla no está ganada de antemano, por más que queramos pensar que cuando pasen 15 días volveremos a la calle a disfrutar del tiempo primaveral. La guerra va a ser mucho más larga y venceremos, seguro, porque el ser humano es una de las especies más difíciles de extinguir. ¿Pero cuántos muertos tendremos que enterrar, cuántas secuelas nos dejará esta crisis? Parece que no tendremos que reconstruir las ruinas que sí dejaron las bombas en la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, pero las penalidades que llegarán, afectarán a todos, en especial a los más débiles.

Se nos puede hacer pesado estar en casa tanto tiempo y para unos será más difícil que para otros (tener niños que no pueden salir, tener vecinos comunitarios con desacuerdos a la hora de establecer los límites, cuidar personas mayores…), pero peor es hacerlo en un hospital. Hasta los sin techo lo tienen muy complicado. 

Hace unos días hablaba por teléfono con un amigo que está en Madrid. Presenta graves problemas de salud y tiene miedo de que le entre el virus porque, piensa, sería el fin. Mientras tanto dice que vive el momento. Se ha acoplado a estos malos tiempos y es capaz, también, de saber relajarse. 

Esa es mi idea: no quiero gastar el tiempo, quiero aprovecharlo. Me estoy aprovisionando de mucha energía mental para encontrarme fuerte ante lo que pueda venir. Estoy activo diciéndome que la tarea que tengo entre manos es importante para mí, tengo la mente entretenida, sólo escucho las noticias una vez al día, paseo a Álvaro por el corral, juego con él, bailo, canto, activo el buen humor sin relacionarlo con lo que está ocurriendo. Intento cuidar mi estado de ánimo. Me digo muchos mensajes positivos cada vez que me siento un poco más bajo. 

Y dedico también unos preciosos momentos para acordarme de los que están en el frente: nuestro ejército de sanitarios a los que se van a sumar estudiantes y jubilados, de los enfermos y de todas las personas que por su trabajo o por ayudar están tan próximos al contagio (esta vez los de intendencia están en las trincheras). Quiero unirme al aplauso de las ocho de la tarde. Basta leer un poco en las redes sociales para darnos cuenta de que estamos divididos. Cuando en Corea del Sur cerraron las escuelas, las calles quedaron desiertas. Cuando cerraron las escuelas en España se llenaron los parques de niños. Parece que conocen ellos mejor que nosotros lo que fue Fuenteovejuna. Necesitamos con nuestros aplausos transmitir nuestra energía de apoyo y confianza a los que están combatiendo por nosotros. Tenemos que convencer a los incautos (todavía hay unos cuantos, no creáis que no) de que la unión, más que nunca, hace la fuerza y de que los garbanzos negros, ahora, son muy peligrosos. No se trata sólo de luchar por Pedrajas, debemos hacerlo por la provincia entera, por nuestra nación y por toda la humanidad. Nuestra casa es nuestro particular arca de Noé.

Seamos, pues, Fuenteovejuna y luchemos todos a una.

Quédate en casa y aplaude desde tu balcón a las ocho en punto de la tarde.

Desde aquí quiero mandar un mensaje de energía y esperanza a todos los pedrajeros y a cuantas personas puedan leer esto.

Mucho ánimo a todos.

Víctor Manuel Sanz Arranz.

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