sábado, 14 de septiembre de 2019

CARLOS ARRIBAS, EN EL NORTE DE CASTILLA

CARLOS ARRIBAS: PERIODISTA, CRONISTA DE CICLISMO Y ESCRITOR

La maravilla del ciclismo es que siempre tienes algo que contar. 

Es una burbuja que incluso representa otra época.

Carlos Arribas, en el paseo de El Espolón, de Burgos / RICARDO ORDÓÑEZ

J. I. FOCES
El Norte de Castilla, sábado 14 de septiembre de 2019, páginas 16 y 17.

He aquí un cronista del ciclismo. ¡Un cronista! Natural de la villa vallisoletana de Pedrajas de San Esteban, el periodista y escritor Carlos Arribas se ha consagrado en el mundo de la crónica deportiva desde la sección de Deportes del diario 'El País'. Prácticamente lo sabe todo sobre ciclismo, a decir de personas muy entendidas de este mundo de las dos ruedas, que para Arribas es «un mundo aparte», en el que alcanza la felicidad completa. Autor de 'Ocaña', una biografía novelada sobre el segundo gran ciclista español que ganó el Tour (el primero fue Bahamontes) y de 'La Ilíada en maillot', la firma de Carlos Arribas es de las más respetadas en el panorama periodístico internacional vinculado al ciclismo.

–¿Por qué lo suyo con el ciclismo?

–Pues no sé si de pequeño me picó algún bicho... En mi pueblo, de niño siempre la bicicleta la asociabas a la libertad de poder ir hasta el río. En bici eres dueño un poco del espacio; y empieza a encantarte la bicicleta; y empiezas a oír hablar de ciclismo, oyes por la radio que Julio Jiménez queda segundo en un Tour... Ví la importancia que todo el mundo dio a eso: ya ves, uno de Ávila con la bicicleta... Y siempre me han gustado mucho las listas, los órdenes, era un desafío lograr todos los dorsales de la Vuelta, del Tour, las clasificaciones....

–Los teóricos del periodismo recomiendan que el tema apasione al cronista. ¿Cómo el ciclismo se transformó en usted de afición en pasión?

–Yo ya llegué al periodismo con la pasión por el ciclismo. En 1971 yo tenía 13 años y me marcó Ocaña: tener un héroe, alguien que logró 'matar' a Merckx y luego dos días después va Ocaña y se cae y es él quién se 'mata'... Me marcó mucho aquello. Solo puedes ser cronista si tienes pasión por lo que cuentas, claro está: si no, te salen cosas falsas; y hay que buscar que siempre haya algo de uno en una crónica.

–Usted ha dicho que el tema elige el estilo; en su caso, el ciclismo eligió la crónica. ¿Cuál es su visión del ciclismo?

–Cada día hay una. La principal es considerar una carrera ciclista como una maravilla. Hay miles de historias que contar. Si a cada uno de los 170 componentes del pelotón le pides que te cuente una etapa, tienes 170 versiones distintas. Ahí ya hay una riqueza. Tienes la riqueza del paisaje, la riqueza de la historia. Y tienes luego, dentro de la historia, las tácticas, las estrategias... Yo diría que no es un microcosmos o un submundo, sino un mundo aparte, una burbuja que va por una carretera y que incluso representa otra época.

–¿Otra época?

–Ahora todo es ir deprisa y esto es el desafío de ir en bicicleta, a la máxima velocidad posible, pero en un medio que es más lento que el resto de los medios. Es como un poco de una idea antigua: hay lucha de clases, drama, tragedia y enfrentamiento de caracteres. La mirada del ciclismo es la mirada de alguien que queda maravillado viéndolos pasar: los colores, los ruidos, los gritos, las imprecaciones. Y por eso es tan posible hacer cada día una crónica diferente, con un estilo diferente, o contar una historia porque te llegan tantas historias, que al final tienes que seleccionar. Siempre hay algo que contar. Esa es la maravilla del ciclismo: que siempre tienes algo que contar.

–«Los héroes deportivos nacen con la niñez y duran para siempre», ha escrito usted. ¿Quiénes conforman su particular pódium?

–Ocaña y Fuente, sobre todo. Los dos enemigos de Merckx y, aparte, los dos con el punto tan español de intentar el máximo y siempre caer derrotados. Menos Ocaña, que cuando ganó el Tour no derrotó a Merckx, derrotó a Fuente. Una pequeña ironía.

–Ocaña, otra vez. ¿Qué tiene para usted Ocaña, que tan omnipresente está en su carrera, hasta llegar a escribir una biografía novelada sobre él?

–Tiene un atractivo, el del derrotado; siempre nos dicen que en deporte son como más sentidas y sinceras las historias de las derrotas que las de las victorias.

–Anda, ¿y eso?

–En las victorias, nos pasó con Induráin y ahora con Nadal, es cada día un a ver qué cuento, y más y más y siempre parece que te quedas corto.

–¿En las derrotas no?

–Las derrotas son momentos muy duros y yo creo que más verdaderos que los de las victorias. Ocaña, además de nacer su vida como parte del drama de los que perdieron la Guerra Civil, que marca lo que es una España muy dura en los años 40 y 50, añade luego la inmigración: viene de Francia, no se le siente como español en España y no se le siente como francés en Francia. No encontrar su sitio, estar siempre fuera de lugar. Ocaña es un personaje tan único... ¡Y que pese a todo eso fuera capaz de lograr todo lo que logró! Todos los sentimientos más elevados que puedan dar a un niño, la cercanía de la muerte... Todo eso me marcó de Ocaña y por eso lo tengo tan dentro. De hecho, cuando acabé el libro estuve unos meses bastante fastidiado y muy triste. Me había metido demasiado en él y tuve que pasar un tiempo hasta que logré quitarme de encima un poco la idea de toda la vida de Ocaña y lo que significaba.

–¿Son malos tiempos, no obstante, para la crónica, cuando se incita a los 280 caracteres de un tuit, tanto para escribir como para leer?

–Son malos y buenos tiempos. Lo que está clara es la necesidad de los periodistas de contar historias y la necesidad de muchos lectores de leerlas. Antes la crónica, por ejemplo, de la Vuelta era lo que leía toda la gente al levantarse por la mañana.

–¿Usted también lo hacía?

–Yo me acuerdo de pequeño, cuando estaba en Pedrajas, al día siguiente del partido, de la etapa, esperar a que llegara el correo para ir corriendo a coger El Norte y ver lo que ponía. Era como una obsesión: no estaba tranquilo entonces hasta que no leía ElNorte. Empezando por las páginas de deportes.

–¿Ahora eso ya no?

–Ahora eso ya es innecesario y superfluo y va a quedar la crónica como algo elitista, para los que les gusta tener referencias, historias muy cercanas.

–Entre las muchas lecciones que enseña el ciclismo está la del esfuerzo. Sin esfuerzo en la vida, muy pocas cosas. ¿Cómo enseñar esto a los jóvenes de ahora que lo tienen todo a golpe de clic? ¿El esfuerzo así es utopía?

–A golpe de clic y a golpe de padres que se han esforzado mucho por alcanzar una posición y quieren que el hijo no sufra y sea feliz en la vida y que cuanto menos sufra y menos problemas pase, más feliz va a ser. No se puede simplificar, ¿verdad?, pero parte del éxito de Colombia y de otros países es que allí el ciclismo no es la elección de un joven aburrido que se divierte haciendo bicicleta, sino que es una elección de vida, una forma de salir de la pobreza, como era en España en los años 60.

–¿Tan descarnada aquella España?

–El que se hacía ciclista decía que se sufría más en el andamio que en la bicicleta, porque eran las dos elecciones que tenían. Y son los ciclistas que triunfan no porque tengan más capacidad de sufrimiento sino porque lo desean mucho más y quieren ganar no solo por el placer de ganar sino por la obligación de ganar. Tienen ese empuje. En cambio, en Europa...

–No me diga que a este lado del charco somos más sibaritas para el ciclismo...

–En Europa hay ahora grandes fenómenos jóvenes, que salen de buenas familias, pero creo que está permitido dudar de que tengan una carrera larga y dura y de que puedan ser tan grandes como nos está prometiendo alguno de ellos. Los orígenes sociales del ciclismo marcan mucho. Y hay una generación, la de los millennials, que tiene ya resuelto el problema económico y de vida y es todo buscar facilidad y diversión.

–¿Ciclismo sin épica, jardín sin flores?

–Exactamente es eso.

–Así de contundente.

–La maravilla de antes se resume en la épica. Siendo un poco exagerado, en el fondo cada etapa reproduce un poco la Ilíada.

–¡Toma! ¡La Ilíada! Explíquese.

–Todas las batallas que cantaba Homero, y todo Aquiles y todo esto son al final las batallas de una etapa ciclista, sobre todo las etapas del Tour.

–Batallas, guerreros... ¿Alcanzarán a entenderlo los jóvenes de hoy?

–La guerra que conocen los chavales es la de los videojuegos y les gusta porque es cruenta y salta sangre y todo eso... Gore. En cambio, el ciclismo es como la guerra sin armas, ir a derrotar al enemigo pero sin armas y sin querer matarlo, sabiendo que el enemigo al día siguiente te puede derrotar a ti. Por contra, los videojuegos de ahora son de aniquilación total y cuanto más mates, mucho mejor.

–¿La tecnología le ha quitado romanticismo al ciclismo?

–Ahí tengo mis dudas. Eso parte también de la idealización que tenemos del pasado, que cuando lo veíamos éramos niños y nos dejaba maravillados, admirándolo con la boca abierta. Y a veces también en el pasado, aunque no hubiera pinganillo... Le llegaba Langarica a Bahamontes, le ponía el coche delante y hale, tú no atacas.

–¿Exagero si digo que la 'Espada' de Induráin fue a las carreras ciclistas lo que el tractor al campo o me acaba de salir una cursilería de marca mayor?

–El tractor al campo le quitó el poner el yugo a las mulas, tirar de arado y llenarte de callos, pero como imagen es eso: Pasar de un trasto duro, que podía pesar 8 o 10 kilos, a última tecnología... El propio nombre de 'Espada' lo dice: algo que va cortando el viento y es fino, sin encontrar ni oponer resistencia. La 'Espada' fue el símbolo de toda una época y de la entrada de la ciencia en el ciclismo, con sus bienes, que son entrenamiento regulado, científico, las pruebas de esfuerzo los estudios aerodinámicos, el rodamiento de rueda en el asfalto, y sus males: trajo el doping.
«La 'Espada' de Induráin fue el símbolo de toda una época y de la entrada de la ciencia en el ciclismo»

–¿Se aprende a ver el ciclismo?

–Depende de lo que se quiera ver. De niño, admiras al escalador que ataca sin saber si hace bien o mal, si lo tiene que hacer en ese momento...

–¡Me encanta oír eso! De niño, yo admiraba a Jose Luis Laguía porque se enfundaba año tras año el maillot de la montaña, que me parecía lo máximo, y no prestaba atención al maillot amarillo.

–Exacto. Y a parte ves al pelotón como un grupo de corderos en un rebaño y siempre admiras al que escapa.

–En tiempos de igualdad de género, ¿el ciclismo va a seguir siendo un deporte solo de hombres?

–No. El ciclismo femenino va a tirar y muy fuerte. Hemos perdido los hombres la idea de que solo lo que hacíamos nosotros, sobre todo en cuestión de lo físico, era importante. Y llegará un momento en que las admiremos como hemos empezado a admirar a las futbolistas.

–Si el dopaje no pudo con el ciclismo, ¿es que el ciclismo es inmortal?

–Yo creo que sí porque el dopaje fue el máximo peligro. Sobre todo porque lo que nos gusta pensar de un ciclista, y por lo que le aplaudimos o nos paramos a verlo y le decimos que nos gustaría ser como él, es porque hace cosas que pensamos que para un ser humano son imposibles. Y si te dicen que es que lo hacía, aparte de su esfuerzo, su sacrificio y su rendimiento, que todos lo hacen, porque luego se tomaba una pastillita o se ponía una inyección, ese sentido es como no tanto de trampa hacia sus compañeros, que seguramente muchos iban igual, sino como de engaño al espectador, que cuando vemos deporte nos gusta ser ingenuos y pensar que todos quieren ser puros y perfectos y eso es como un engaño a nosotros. Si el ciclismo logró superar esa etapa poco a poco, porque perdió aficionados y patrocinadores, es gracias a eso, a que hay un núcleo del ciclismo que lo hace necesario para la vida, o sea, que es inmortal.

–Tras tantos años de cronista, por fuerza tiene que tener ya claros sus mitos. Así que, vamos a ver: primero, ¿un puerto?

–El Tourmalet.

–¿Una contrarreloj?

–La de Périgeux de Induráin.

–¿Un único nombre en el ciclismo desde que el ciclismo es ciclismo?

–Me quedo con Ocaña, claro.

–¿Qué hace un cronista del periodismo fuera de temporada?

–Esperar que llegue el Tour y desear que todos los meses sean julio.

–Mañana termina la Vuelta Ciclista a España. ¿La edición de este año será recordada por algo o será pasto de estadísticas solamente?

–(Largo silencio) Si fuéramos colombianos, la recordaríamos por la mala suerte de Supermán López, tan dotado y al final, siempre, es un poco como Ocaña, tiene un punto que le hace perder todo pudiendo ser el mejor. Cuando Pogacar gane el Tour probablemente diremos, 'Ah, aquel que cuando tenía 20 años quedó segundo o tercero en la Vuelta 2019'. Pero por grandes etapas o grandes gestas... Lo más llamativo ha sido el abanico de Nairo entre Aranda y Guadalajara, una señal más de lo inverosímil de la Vuelta, un escalador atacando en llano...

–Osea, que no se recordará por ciclismo.

–Por ciclismo, no.

–Los entendidos aseguran que el asunto de más interés en el ciclismo patrio en estos momentos es el Movistar.

–El único tema.

–¿Que se resume en...?

–El año que viene va a seguir Valverde y va a ser, no sé si la valentía o la necesidad, de afrontar la temporada con dos corredores, Enric Mas y Marc Solé, que todavía están terminando la carrera, no se han licenciado aún como grandes ciclistas. Ellos mismos dicen que siguen aprendiendo y con ellos el mejor equipo español se va a enfrentar a todo. Es muy bonito pensar que confía en dos jóvenes y que en lugar de traer una figura establecida va con dos jóvenes. Y el año que viene no sé si Valverde, que estará más centrado en los Juegos de Tokio, podrá cubrir un poco las carreras por etapa a donde no lleguen Marc Solé y Enric Mas. Es un poco un paso en el vacío que no sé dónde acabará.

–Tantos años en ruta, ¿tiene ya decidido qué quiere ser de mayor?

–Cronista de ciclismo. No hay otra.

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