domingo, 10 de diciembre de 2017

LA FRAGUA DE CHUCHI "LORINA"

Por Teresa González Lozano

Un grupo de amigos contemplábamos la medialuna de una vara de piñas, ya vieja, ennegrecida por el uso y la intemperie, que una persona cuidadosa había fijado a la pared en el patio de una casa del pueblo, junto a otras herramientas agrícolas, ya en desuso, como la propia medialuna. Con el fin, probablemente, de hacerlas perdurar por encima de su vida útil y también recogidas con amor y con nostalgia, como algo entrañable que ya no sirve, pero que nos negamos a abandonar definitivamente. Alguien que quiere conservar, un poco más, el calor del tiempo pasado, de la familia, de la infancia, de lo que ha representado el esfuerzo en pos del sustento diario.

Medialuna  de vara de bajar piñas forjada por Heliodoro Martín Martín, Lorina.

Mi gran amigo Tomás, que formaba parte del grupo, explicaba entusiasmado que él había visto hacer una medialuna ¡como ésta!, para una vara de piñero, en una de las fraguas de Pedrajas:

"Se hace de una sola pieza". Es un trabajo que se realiza entre dos o tres operarios: Se comienza por el vaso. Se coge una pletina de hierro con unas pinzas, ¬decía él, señalando con las manos el tamaño de ésta¬ se pone al fuego. Cuando la pieza está incandescente, se lleva a la bigornia y se comienza a moldear, dando martillazos rítmicamente sobre la mitad de la pieza, hasta darle el grosor y la extensión deseados. Después, se procede a darle la forma cónica, hueca, envolviéndolo sobre el pico de la bigornia, hasta que quedan cerrados y soldados los dos extremos de la lámina de hierro. Se hacen tres agujeros, no alineados, a la mitad del cuerpo del cono y queda listo este vaso. El vaso es la pieza donde se introduce la punta de la vara y los agujeros sirven para clavar el hierro a la madera.

Se vuelve sobre la otra mitad de la pletina: se hace un corte a lo largo del hierro, no muy profundo con un cortafríos y se comienza a golpear, para darle forma cónica, maciza. Una vez forjado, será el guijo con el que el piñero, en lo alto del pino, empuje las piñas que estén a su alcance. Con la parte restante de la pletina y con ayuda de unas tenazas, se curva el extremo, dándole la forma característica de media luna, con la punta curvada hacia afuera. El piñero clavará fuertemente esta medialuna en la corteza del pino y asido con ambas manos a la vara, se izará a pulso, gateando por él hasta llegar a la copa. El herrero acaba su trabajo puliendo la pieza.

No sé si el relato es fiel a lo que Tomás explicaba, seguro que mi memoria ha olvidado algunos detalles. Por eso recomiendo a los curiosos que deseen saberlo, sin error, pregunten a sus familiares o vecinos, ya mayores, seguro sabrán explicarlo mejor de lo que yo estoy siendo capaz, ya que, en tiempos no muy lejanos, era una herramienta totalmente familiar en nuestro pueblo y en los de la comarca.

Me pareció duro, muy duro y laborioso el trabajo de forjar una pieza de tal utilidad y resistencia, y me llamó la atención el entusiasmo y cariño con que lo explicaba Tomás, así como el lenguaje preciso y elegante que empleaba, y me fascinó la belleza, sencillez y austeridad de aquel trabajo de artesanía que encerraba esa media luna.

Dando vueltas al tema, ya que los dos queríamos saber algo más sobre ese oficio que, como tal, se ha ido perdiendo en nuestro entorno, decidimos una visita a lo que quedara de la antigua fragua, en el taller de herrería que regenta Abel, después de que su padre, Chuchi, desgraciadamente nos dejara. Quedó concertada para un sábado del pasado mes de octubre. Asistimos Carlos, Tomás y yo. 

Allí nos esperaban Abel, su tío Chin y Mariano (que había trabajado varios años en la fragua). Las herramientas estaban muy bien ordenadas sobre una mesa forrada con papel blanco, las bigornias, una más grande y otra más pequeña, limpias y brillantes, un número considerable de tenazas variadas, en cuanto al tamaño y a la forma, colgadas de una barra que rodeaba al fogón de la fragua (el cual lucía aún restos de escorias y carbón). Un gran fuelle, en precarias condiciones y necesitado de cuidados, como herramienta muy trabajada, pero que hace mucho dejó de tener utilidad. Nos dijeron que lo habían recuperado hacía unos días de una peña. Abel pensaba limpiarlo y adecentarlo para conservarlo como reliquia de lo que fue.



Nos enteramos de curiosidades tales como que el combustible del fogón era carbón vegetal que los piñeros hacían durante las noches de otoño, en las eras, con los cogollos y casca de las piñas que habían trabajado en el verano. Lo que hoy llamamos biomasa. Se cerraba así el círculo del aprovechamiento económico de los recursos existentes. Los que somos un poco mayores recordaremos el humo y el olor a piña quemada que en aquellas serenas tardes aromatizaban el aire del pueblo. Junto al carbón y para dar más fuerza al fuego, empleaban piedra caliza del monte y, cosa curiosa, para medir el grado de temperatura del hierro, se empleaban cuernos de cabra.



 La bigornia.


La visita, muy provechosa. Vivimos una experiencia de nostalgia, que para ellos debió de ser particularmente dolorosa, debido a la reciente pérdida de Chuchi. Pero en ningún momento restó calidad y entusiasmo a todo lo que nos contaron. Sobre el trabajo, sobre las herramientas y sobre los útiles que salían de sus manos: aros para las ruedas de los carros, ejes también para carros, rejas de arados, hachas, bisagras, aldabas y cerrojos para puertas, herraduras para las bestias, argollas y cadenas... 

Nos remontamos en el tiempo y explicaron que el abuelo de Chin, llamado Felipe Martín del Caño, ya era herrero de Pedrajas, con lo cual, Abel representaba la quinta generación de herreros del pueblo. Recordamos que, en nuestra infancia e incluso en nuestra juventud, Pedrajas contaba con dos fraguas: la del señor Manolo Martín, bisabuelo de Abel, situada en la calle del Hospital, el mismo sitio en que estábamos, y la del señor Víctor Muñoz, en el barrio del Humilladero. 

Félix Martín, Chin, herrero de toda la vida, con el fuelle que avivaba el fuego de la fragua familiar.

Hablamos también de la transformación que a causa del desarrollo industrial y tecnológico, había sufrido el oficio. Hoy la fragua no es ese misterioso y oscuro recinto, todo ahumado y lleno de trastos donde se veía al herrero iluminado solo por el rojo del hierro, sudoroso, martilleando algo incandescente que nunca llegábamos a ver qué era. La fragua es hoy un taller de hierro luminoso, en el que las piezas vienen de fábrica en paquetes y permanecen ordenadas en estanterías, hasta que son ensambladas, soldadas y trabajadas para convertirlas en el objeto útil o bello que desean los clientes. Parte del trabajo se ha convertido en burocracia y el herrero se mueve tanto y más entre albaranes, facturas e IVA que entre fuelles y tenazas.

De la herrería han ido saliendo, progresivamente, útiles que hacían más fácil el trabajo de los distintos oficios. Podemos decir que el oficio de herrero ha tenido un alto carácter social. Rotundos conceptos como forjar, fraguar, templar, soldar, pulir…  son acciones que  modelan y transforman el hierro, pero a la par moldean el alma del herrero. Modelaron el alma de Chuchi, hasta hacer de él una persona buena en el más extenso sentido de la palabra: afable, sereno, apasionado amante de la Naturaleza y de las cosas sencillas, buen conversador, cuidador del medio ambiente, ecologista de corazón.

Pedrajas ha perdido a su último herrero, artesano de cuño. Aunque cumplió con el deber de transmitir a su hijo todo cuanto sabía del oficio, todos estaremos de acuerdo en que a Abel no le quedará otro remedio que adaptarse a los nuevos tiempos.

A lo largo del tiempo hemos ido dando nuestro adiós a tantos y tantos oficios ancestrales que formaron el paisaje laboral del pueblo, también a personas que ejercieron esos oficios.

¡Descansa en paz, Chuchi, herrero, artesano de pura cepa!



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