miércoles, 4 de noviembre de 2015

NOCHE DE TERROR RADIOFÓNICA

El pasado sábado, 31 de octubre, a partir de las 9 de la noche, los estudios de Radio Pedrajas acogieron un programa especial denominado “Noche de terror radiofónica”. Se había invitado a participar en él a todas las personas, niños y adultos, que se atrevieran a leer o contar su historia de terror favorita. 

Nos presentamos tres: Ana Belén Andrés Rodrigo, que leyó “El gato negro”, un cuento de terror del escritor estadounidense Edgar Allan Poe; Víctor Manuel Sanz Arranz, que contó un relato de su propia creación, titulado “El hombre lobo”; finalmente, Carlos Arranz Santos, que escribe estas líneas, que eligió la leyenda “El monte de las Ánimas”, de Gustavo Adolfo Bécquer.

Por medio de este enlace podréis acceder a la grabación del programa en la página de Facebook de Radio Pedrajas:


Además, Víctor nos ha enviado el texto escrito de su relato, por si preferís leerlo en vez de oírlo. O ambas cosas a la vez.


UN HOMBRE LOBO EN PEDRAJAS

Víctor Manuel Sanz Arranz
1 de noviembre de 2015

Aquella mañana había mantenido su ritual matutino. Tras hacer unos estiramientos, se había vestido, un desayuno ligero como era su costumbre, y también había ojeado en el ordenador la predicción del tiempo. Rafa era enfermero y le tocaba el turno de tarde, así que vendría a casa por la noche. Vaticinaban para esas horas algún banco de niebla en Medina y temperaturas en un moderado descenso.

Mientras observaba la actualidad deportiva, un anuncio le parpadeaba con insistencia llamándole la atención. Era una noticia: “En una carretera local de Segovia hallan el cadáver de un joven supuestamente fallecido por la agresión de un animal que le habría asestado varios mordiscos mortales en la yugular.“

Dejo de leer tras sentir un tremendo impacto, al que enseguida combatió con su habitual optimismo “Ya no saben qué noticias inventarse, seguro que esto es alguna inocentada“. Así zanjó la cuestión y dejo de preocuparse.

Por la noche salió del hospital muy contento. Un enfermo terminal, por el que sentía un especial cariño, había mejorado notablemente, hasta el punto de que sus perspectivas de salud habían experimentado un giro de 180 grados y existían muchas posibilidades de que saliese adelante.

A Rafa no le daba miedo viajar a oscuras, más bien le gustaba. Conducía su Seat-Toledo ya por la carretera, cuando… de pronto, vio a una persona haciendo dedo. Eran más de las doce de la noche… Se dio cuenta de que el autoestopista era mayor, no había peligro y como él iba tan subido de ánimo, se brindó a recogerlo. El mencionado peatón nocturno se introdujo en el coche por una puerta trasera. Rafa giró la cabeza y le preguntó: “¿Dónde va usted?”

El nuevo acompañante le contestó que iba a Pozal de Gallinas. Pero cuando le observó, se le quedó el alma petrificada. Rafael contempló un rostro con una excesiva cantidad de vello. Aquel individuo tenía toda la cara llena de pelos como si fuese… como si fuese… ¡un hombre lobo! ¡Dios mío! -pensó Rafa. ¿Qué he hecho? Los rayos de la Luna se chocaron contra el salpicadero del coche y pudo comprobar su conductor cómo el hermoso satélite estaba en su plenitud ¡Era Luna llena! Toda la angustia del mundo se le vino a la cabeza. Se acordó de la trágica noticia que había leído por la mañana. Se acordó también de su padre, de su madre, de su hijo (el cual le había dicho que quería darle una sorpresa), de su mujer, de sus hermanos, intentando inventarse una nota de despedida para todos ellos pues presentía que había llegado su último momento. En medio de tanto caos deseó que el zarpazo que le soltase la bestia que tenía detrás fuese fuerte, brusco y letal para no sentir demasiado dolor en el tránsito hacia la otra vida. Los instantes transcurrían eternos y rápidos al mismo tiempo, hasta que… hasta que… Nada sucedió. Llegaron a Pozal de Gallinas y se bajó el buen hombre del coche de la forma más natural dando las gracias.

Rafa resopló y sonrió: “He llegado a creer que este tipo de cosas suceden en realidad.” Continuó circulando ya mucho más relajado, hasta que se dio cuenta de que una extraña y profunda niebla se estaba adueñando de su visión. Aflojó la velocidad y continuo su trayecto a 20 kilómetros por hora. Lo tomó con paciencia: “Es mejor llegar tarde que no llegar”, se dijo. Más tarde atravesó Olmedo y no vio a nadie por la calle, parecía un pueblo fantasma. Siendo tan tarde esto no le pareció extraño. De vuelta a la carretera y sin niebla, se le atravesó “un ciervo,” que parecía huir, y poco después también contemplo la espantada siniestra de un perro salvaje… totalmente atemorizado. A Rafa no llegaron a inquietarle demasiado estos últimos acontecimientos, pero repentinamente oyó, omnipotente y estruendoso el… ¡aullido de un   lobo! ¡Auuuuu! Se restregó los ojos, los oídos y pronto se atrevió a pensar, dándose ánimos, a pesar de la angustia que soportó, que aquel aullido simplemente había sido fruto de su imaginación o ¿tal vez no? 

Antes de darle más vueltas al asunto, porque Rafa sí notaba que algo extraño estaba sucediendo aquella noche, decidió coger el móvil para llamar por teléfono a su familia. Para su sorpresa a éste se le había agotado la batería, algo totalmente inaudito, porque él siempre estaba pendiente de que el teléfono estuviese a pleno rendimiento. Soltó con rabia un ¡mecagüen la hostia! Decidió poner la radio. Radio Pedrajas era una buena solución. Escucharía la voz de Darío, de algún conocido. Necesitaba oír voces familiares, donde sentir que la normalidad seguía funcionando en este mundo. Una música lenta, muy triste, le respondió. Un sonido fúnebre presidió aquel instante, para su sorpresa, que pronto quedó ahogado por unas interferencias, o más bien, en la distancia creyó oír lamentos y rugidos que se acompasaban en un declinar de las ondas que pronto desaparecieron. Definitivamente estaba sólo y nervioso, muy nervioso. 

De repente se puso a llover de forma desmesurada, lo cual no lo habían advertido en ningún pronóstico. Aflojó la velocidad de su vehículo, pero ante la insistencia del chaparrón se detuvo y notó impotente cómo el  motor dejaba de latir, mientras sentía cada vez con más presión a los acelerados latidos de su propio corazón. Se dio cuenta de que el agua no era incoloro, parecía negro…pero tampoco era negro. Era… de color… de color… rojo. Era sangre, estaba lloviendo sangre. Se le puso un nudo en la garganta hasta el punto de sentirse casi asfixiado. La temperatura de su cuerpo ascendió sin control sintiendo como el sudor le empapaba la cabeza. 

Con la misma velocidad de su llegada, la tormenta pronto se desvaneció. Una insultante calma se hizo la protagonista. Lejos de relajarse comprobó cómo un miedo terrible se le acumuló en el estómago, mientras un inesperado escalofrío le invadía totalmente hasta hacerle toser con fuerza. En un momento de lucidez giró la llave del coche y éste milagrosamente arrancó. Decidió avanzar y pedir auxilio donde Petaca o donde Javi Maito, pero cuando llegó allí no se atrevió a salirse del automóvil. 

En la bajada hacia el Eresma vio unas luces rojas que le ordenaban cambiar la dirección para cruzar por el puente viejo de Vadalba. Se dejó llevar, obedeció las indicaciones como un robot que había alcanzado el punto de saturación donde ya le era imposible pensar. De pronto, ante sus ojos, se apareció un guardia civil. ¡Era Rober, el chico de Mola! Algún alivio debió de sentir porque bajó la ventanilla y escuchó las siguientes instrucciones: “Hombre, Rafa, no te preocupes, hemos cambiado el itinerario porque el puente nuevo tiene algún desperfecto, nada importante; continúa tu marcha despacio y tranquilo, que no pasa nada”. Rafa se volvió a encerrar a cal y canto sin haber dicho esta boca es mía. Como un autómata sin voluntad, fue avanzando lentamente. Oyó en la lejanía, justo por donde acababa de atravesar, disparos, gritos, rugidos y un imperioso aullido que se quedó reinando en medio de la noche ¡Auuuuu! De repente, saliendo de la nada, una enorme figura oscura se interpuso en su camino. Se detuvo rendido, sus fuerzas habían claudicado, ya no sentía nada. La bestia zarandeó su coche con brutalidad y Rafa cerró los ojos mientras unas tremendas garras atravesaban la luna. Se acurrucó sobre sí mismo. No intentó escaparse, ni defenderse, definitivamente había tirado la toalla. Dedicó unos segundos a pensar en su familia, no quiso rezar pero pensó en Dios, por si existía. Revivió una de esas imágenes de la infancia donde había fallecido un vecino y todos los amigos se afanaban en jugar a elegir la forma y el momento de la muerte de cada uno, como si aquello fuese algo divertido. Ausente del dolor, creyéndose muerto, percibió todavía el nauseabundo olor del monstruo, que capturó su cuello con su poderosa mandíbula.

Tras un nuevo amanecer, reflexionó unos instantes alegrándose de que todo hubiese sido una pesadilla. Rafa oyó un zumbido de voces que repetidamente le decían: “¡Despierta, despierta!” Abrió, por fin, los ojos, mientras le tocaban con insistencia. Un hombre lobo estaba mirándole. ¡No pudo más, no podía aguantar tanta tortura! Rendido y desarmado volvió a cerrar su vista para siempre hasta quedarse en coma. Su hijo no dejaba de decirle: ¡Papá, papá!, ¿te gusta mi disfraz, te gusta mi disfraz?

Rafa actualmente está en el hospital de Medina del Campo. No de enfermero precisamente. Continúa inconsciente en cuidados intensivos. Los médicos abrigan un cierto optimismo porque se ha despertado en ocasiones al oír posiblemente sonidos que se parecen al aullido de un lobo. Esto lo han podido contrastar al experimentar con sonidos similares. Otras situaciones recientes son más inexplicables. Le está empezando a aparecer vello por todo el cuerpo, incluso en la calva que tenía en la coronilla. También está metabolizando una excesiva cantidad de calcio porque sus uñas no dejan de crecer y lo que es más sorprendente, sus dientes están aumentando de tamaño, sobre todo y especialmente… ¡los colmillos! ¡Auuuuuu!

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